viernes, 23 de mayo de 2014

Adaptarse o salvarse

Hace ya tres días que terminé de leer The childhood of Jesus, el último libro de Coetzee, y la verdad es que no sé cómo comentarlo. En el fondo sé que lo mejor sería no comentarlo y punto, pero tampoco me parece bien quedarme sin decir nada. La gente rehúye los libros de Coetzee porque son difíciles, y es cierto, son difíciles, pero no porque escriba raro, como Lezama Lima, o porque use recursos narrativos raros, como Javier Marías, sino porque uno tiene que pensar, pensar a fondo cada cinco o seis párrafos. No es literatura de evasión, sino todo lo contrario: literatura de introspección. En fin, voy a explicar cómo es el libro y allá ustedes con lo que decidan.

Un hombre de cuarenta y tantos años y un niño de seis llegan a un centro de reubicación de una ciudad que no conocen. Han llegado en barco y van a empezar una nueva vida en un lugar nuevo. Por motivos que no se explican en el libro, tanto el niño como el hombre han sido despojados  no solo de cualquier objeto o pertenencia, sino también de sus recuerdos, su familia, sus amigos y su nombre. Son conscientes de que tuvieron una vida distinta antes de llegar a ese centro de reubicación, pero son incapaces de poner en pie un solo recuerdo concreto. Por el mismo motivo, tampoco sienten pena o añoranza por su vida anterior: la nebulosa en la que se ha convertido su pasado no es suficiente para crear un vínculo emocional. Con la excepción de la compañía que se hacen el uno al otro, están genuinamente solos.

Se les han asignado nombres nuevos: el hombre se llama Simón y el niño se llama David. No son familia, pero de momento el hombre tendrá que ser el tutor del niño. También se les asigna un cuarto para dormir y se les dan tareas que tienen que cumplir. El centro de reubicación no tiene todas las respuestas, pero por lo menos facilita lo básico.

La ciudad a la que llegan, Novilla, ha sido despojada de muchas características propias de una ciudad actual. Los habitantes no eligen sus viviendas, sino que se les asignan, igual que los nombres. Da la impresión de que casi todo el mundo tiene más o menos el mismo dinero, y que todos tienen suficiente, pero no demasiado. Se prefiere el trabajo manual a las actividades mecanizadas, se prefiere el transporte público a los coches privados, las tiendas son sorprendentemente austeras y baratas y, en general, hay poca variedad y escasas posibilidades de entretenimiento. No hay ricos ni pobres. Hasta cierto punto, Novilla parece un enorme monasterio, o mejor aún, una ciudad adaptado a las normas de un monasterio.

La población de Novilla la componen inmigrantes que, como los protagonistas, llegaron en un barco y, aun conscientes de que tuvieron una vida distinta antes de llegar allí, han asimilado el nuevo estilo. La vida transcurre en general sin prisas, sin dificultades y sin urgencias porque la sociedad de Novilla no es competitiva ni innovadora, sino todo lo contrario. En la dieta diaria apenas hay carnes y pescados y la gente se contenta con una frugal dieta a base de pan y legumbres, en el trabajo no se obliga a quien está cansado a seguir trabajando, en los centros de estudio no se investiga, sino que se analiza la realidad circundante, se filosofa y se reflexiona al respecto, etc.

El adulto protagonista, Simón, observa todas estas cosas y reflexiona sobre ellas mientras busca a la madre del niño. La tarea no es sencilla porque no tiene ni idea de quién es: encontró al niño solo en el barco y lo ayudó desde ese momento a buscar a su familia, pero sin éxito. A medida que va conociendo esta nueva sociedad, se da cuenta de que él, Simón, es un inadaptado. El niño es, de hecho, el único factor que lo salva día tras día del tedio y la frustración que le produce esta nueva vida.

En ese entorno intrigante y a la vez verosímil, Coetzee puede plantear los temas que siempre le han obsesionado desde otro punto de vista, y puede también manipular los diálogos y las referencias culturales a su antojo. En Novilla, donde todo el mundo habla español pero nadie es hablante nativo de español, el autor no tiene que asimilar los usos, costumbres e ideas de sus personajes a una sociedad determinada (la sudafricana, la australiana, la británica). En ese contexto, los diálogos sobre sus temas favoritos (la naturaleza de las obras literarias, las relaciones sexuales, la violencia como forma de comunicación humana, etc.) cobran una dimensión diferente. Lo más interesante es la presión social que siente Simón, que es la que sentimos todos los que llegamos a un sitio nuevo. Es interesante porque en el caso de estos recién llegados, esa intuición de que uno debe asimilarse al statu quo, convertirse en un extraño o sucumbir, no está lastrada por el referente constante de la sociedad y la cultura propias. Por eso, Simón se enfrenta al proceso de asimilación con parámetros muy distintos a los habituales.

El título es muy interesante. Es un guiño al lector (yo también he incluido otro guiño en este texto) que va cobrando nuevas dimensiones a medida que uno se acerca al final de la lectura. No voy a decir más porque de lo contrario echaría a perder parte del contenido de la historia, sobre todo el final.

¿Qué más puedo decir? Por ejemplo, que nada más terminarlo lo volví a empezar otra vez para releer algunas secciones, como me pasó también con Foe, otra novela magistral del mismo autor. Como todos los libros de su última época, la cantidad de reflexiones y dudas que plantea esta novela es casi astronómica. Para quienes tenemos la manía de cuestionarlo todo, y para los escépticos patológicos, las obras de Coetzee son el estimulante perfecto.