viernes, 8 de octubre de 2010

Este mundo sigue sin ser el bueno

Ahora que he leído la famosa trilogía, vuelvo sobre el asunto que trataba Philip Pullman en la entrevista que cité en este post, a saber, la teoría del mundo mal creado.

La trilogía se llama His dark materials y la componen, por orden lógico, Northern Lights, The Subtle Knife y The Amber Spyglass. La idea general de la trilogía, como se decía en la entrevista, es que este mundo no es el bueno, en el sentido de que el creador (Dios o como uno lo quiera llamar) no pretendía que las cosas fuesen como son. En algún punto, ciertos intereses impidieron la evolución natural de las cosas, tomaron el control del mundo y a continuación convencieron a sus habitantes, por medios sutiles y no sutiles, de que así era como Dios había querido que fuera y que así sería ya para siempre. Vamos, lo que podríamos llamar una exitosa suplantación demiúrgica. Como esos intereses eran esencialmente malos, esa hipótesis explicaría, entre otras cosas, que el mundo sea la mierda que es y que la vida esté llena de desigualdades, sufrimientos, injusticias e iniquidades sin cuento. Implicaría también que sería cierto lo que dictan ciertas doctrinas religiosas, a saber, que el creador creó y luego se tumbó a la bartola para ver qué pasaba, a modo de experimento, sin intervenir para corregir o reorientar. En otras palabras, aprovecharía la idea de que la creación solo fue un instante en el tiempo y que después no ha vuelto a haber intervención divina.

También son fundamentales en la trilogía de Pullman la teoría de los infinitos universos paralelos y el principio de la de la navaja de Ockham. La primera dice que nuestro universo es tan solo un elemento del multiverso. El multiverso sería un conjunto compuesto por un número indeterminado de universos, similares al nuestro en su estructura general, pero muy diversos en elementos tales como las leyes físicas que los rigen. Es imposible observar un universo desde otro. El segundo, que se atribuye a Fray Guillermo de Ockham, dice que Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, o sea, que si no es necesario, no se deben multiplicar las entidades. También se llama, en filosofía, principio de economía. En una de sus formulaciones dice que si un fenómeno se puede explicar de dos maneras, casi siempre la más sencilla es la correcta. En una formulación de Bertrand Russell, dice que, si no hay necesidad, no se debe acudir a una intervención sobrenatural para explicar un fenómeno.

Por miedo a destripar la historia, me abstengo de explicar cómo se combinan estas teorías, en apariencia contradictorias. Me limitaré a aplicarlas a la situación que plantea Pullman y dejar que quien lea esto saque sus propias conclusiones:

1. Partimos de que este mundo no es el bueno. Algo ha fallado en el proceso de creación y desarrollo del mundo.

2. Digamos ahora que la primera teoría (multiverso) es cierta. Se sigue que el fracaso de la creación habrá afectado igualmente a todos los universos posibles y todos están igualmente jodidos.

3. Si vivimos en un mundo fallido y la segunda teoría también es cierta, cabe la posibilidad de que todos los problemas, las crisis y los cataclismos que sufrimos puedan deberse a una única causa, y que esa causa puede ser sobrenatural o no. Si la causa es única (que puede serlo) y no es sobrenatural, uno puede afirmar que es factible localizar a las entidades o individuos que en un momento dado desviaron el curso natural de las cosas y neutralizarlos de alguna manera para que las aguas vuelvan a su cauce y recuperen su orientación natural original. O sea, detener el curso de las cosas y refundar el mundo. Nada menos.

¿Se entiende? Supongo que no, pero vamos, lo sorprendente es cómo Pullman logra explicar todo esto a base de relatar las aventuras de dos niños de diez u once años, un oso que habla y un piloto de globos aerostáticos. Nos describe puertas espaciotemporales, universos variopintos, mezcla ángeles con demonios, brujas con osos que hablan, tribus gitanas con espectros que se zampan el alma de las personas y las dejan aleladas, todo ello con buen ritmo y un sorprendente grado de verosimilitud.

Pullman trabaja muy bien el diálogo como vehículo informativo, tanto para desarrollar la historia como para caracterizar a sus personajes. Es eficaz también en sus narraciones en tercera persona, con las que a menudo describe los antecedentes de una persona (flashback) o un hecho concreto, a modo de escena de acción, de las que hay una gran profusión a lo largo de los tres libros. Se le puede echar en cara, eso sí, un exceso de entusiasmo creativo. A veces se enfrasca demasiado en su industria de diseño y descripción de mundos de fantasía. Cuando uno está siguiendo una historia tan trepidante como esta, es arriesgado dedicar cuarenta páginas a explicar cómo crecen unos árboles alienígenas de cuyos frutos se alimentan unos animales peludos que hablan con una mano-trompa. El riesgo consiste en que un lector (como el que suscribe) pueda decidir que ha llegado el momento de leer en diagonal en busca del hilo de la historia principal. Si a Pullman le desborda su propia capacidad creativa sobre ese universo concreto, lo que debe hacer es tomar notas y preparar otra novela, o quizá un relato, con ese material, y evitar ponerse pesado.

Leí las 1.500 páginas largas de His Dark Materials en muy poco tiempo. La pluma de Pullman es ágil y sus universos son un incentivo maravilloso para seguir adelante. Mediante sus ideas, que se preocupa de plasmar en los diálogos, nos demuestra que no estamos ante un escritor de aventuras infantiles o juveniles, sino ante algo más importante, más maduro y razonado, aunque como digo se deje llevar en ocasiones por el componente meramente visual de su propia capacidad creativa. No es que esas ideas sean precisamente revolucionarias o radicales, pero sí son originales y polifacéticas, muy alejadas del típico razonamiento simplista o maniqueo que se usa en los libros de ciencia ficción (por ejemplo, en estas novelas hay ángeles, pero no todos son buenos, ni malos, e incluso hay algunos tránsfugas y otros indecisos o ambiguos, y esa ambigüedad, por cierto, tiene varias dimensiones, etc.). Por esta misma razón, es decir, por esa naturaleza polifacética de las ideas que subyacen a la novela, me parece muy sorprendente que algunas organizaciones religiosas estadounidenses hayan "prohibido" la lectura de esta trilogía. No hay duda de que ciertos best sellers recientes, como mi abominado El código Da Vinci o el no tan abominado pero sí despreciado La sombra del viento se meten con el dogma religioso cristiano-católico de una forma mucho más explícita, directa y agresiva. Pullman obliga a pensar, cosa que no está muy de moda en ciertos círculos. De hecho, por ahí leí una crítica en la que tildaban la trilogía de "ateísmo para niños" y en la que se notaba a la legua que el autor no se había leído los libros, o bien no los había entendido, lo cual es mucho peor, por supuesto. En fin, esa prohibición me haría reír si no fuera porque el pensamiento troglodítico no me hace ninguna gracia: más bien me da un poco de prevención.

Podría escribir bastante más sobre estos tres libros. Me hicieron pensar mucho, pero también los disfruté porque tienen una dimensión lúdica enorme y los recomiendo a quien quiera pasar un buen rato, descubrir formas nuevas de narrar, llevar la coordinación espacio-tiempo y reflexionar sobre lo que somos y lo que pensamos que somos. Es probable que los vuelva a leer en el futuro.

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