No tenía yo muchas ganas de ir a aquella velada literaria. Hacía frío, llovía y no conocía a ninguno de los tres autores que anunciaba el cartel. Julia, organizadora y amiga mía, me había pedido por favor que fuera. No aspiraba a llenar el auditorio que le prestaba el colegio para estas veladas (iba ya por la tercera), pero sí pretendía que el número de asistentes fuera suficiente para justificar la presencia de los escritores, todos ellos más o menos conocidos en el mundillo literario local, y la continuidad de la serie.
Por las razones que fuesen, decidí seguir andando hacia el sur en lugar de desviarme hacia el este (o sea, camino a casa) y en muy poco tiempo, y con muy poca lluvia encima, llegué al colegio, previsiblemente desierto. Le pregunté al poli de la entrada lo que ya sabía, o sea, que dónde era la velada literaria.
--Auditorio, segundo piso --contestó sin mover un músculo de la cara.
--Gracias.
--Mm.
Julia estaba allí mismo, a la puerta, repartiendo vasitos de vino y zumo y señalando las galletitas, los bagels y la tabla de quesos. Adelante, adelante, gracias por venir, te presento a fulano, mengana y zutano, nombres que llegaban y casi al instante se desvanecían. ¿Cómo se llamaba el tipo de pelo blanco y aspecto de intelectual de película de Woody Allen? ¿Cómo se llamaba la mujer rubia de casi dos metros de altura con aspecto de torturar a sus amantes hasta el llanto? ¿Y aquel calvo regordete que no puede dejar de mirarla, ni de comer wheat thins con camembert? Ni idea. ¿Empezará pronto esto? Sí, ya iba a empezar. Habría como cuarenta personas allí, lo cual cubría con creces el cupo que esperaba Julia.
Me senté cerca de las primeras filas y a la derecha, solo pero rodeado por todas partes de desconocidos con nombres imposibles de memorizar. Julia tomó el micrófono, nos agradeció por enésima vez que hubiéramos venido, dio las gracias también a la directora del colegio y presentó al primer escritor, un puertorriqueño que escribía turbias novelas cargadas de sexo y delincuencia en el norte de Nueva York. Tras una breve introducción, leyó unos cuantos párrafos de la obra en la que estaba trabajando. Muy bien imbuidos de la doble moral americana, sus personajes hablaban en inglés pero insultaban en un sabroso español caribeño que me hizo reír un par de veces, ante la absoluta impasibilidad del resto del auditorio, que casi con seguridad era incapaz de entender las partes del diálogo que no estaban en inglés. Aplausos más o menos fruncidos, cambio de orador.
No recuerdo nada de la segunda escritora. Era una de estas personas traslúcidas que no generan emoción alguna ni logran llamar la atención por nada. Leyó algo, no recuerdo qué, con una voz monótona y sin contrastes, como si, en el colegio, el profesor le hubiera pedido que saliera al estrado y leyera a partir del segundo párrafo de la página 132. Aplausos anodinos y pasamos al tercer escritor.
El tercer escritor era Nick Flynn. Resumiré el aspecto de este hombre diciendo lo siguiente: cuando se acabaron la charla y los canapés y todos nos sentamos en el auditorio, Julia y sus tres invitados se quedaron al frente. Yo miré al puertorriqueño y a la mujer sin gracia y me dije: ah, estos son dos de los tres escritores. Luego miré a Flynn y de inmediato pensé: qué hace ahí ese tío.
Parece un vagabundo, pero por algún motivo indeterminado uno sabe que no es un vagabundo. Parece un drogadicto, pero su forma de estar y de comportarse indica con claridad que no lo es. También parece que está cansado, desencantado, desalentado, deprimido, pero en cuanto empieza a hablar uno constata que las apariencias engañan: Flynn está despierto y atento.
Leyó una parte de su libro Another bullshit night in suck city. No es una novela, sino una autobiografía en primera persona. Me impresionó mucho el fragmento y, cuando terminó la lectura, decidí comprar el libro allí mismo. Me acerqué a Nick, lo felicité por el libro y le pedí que lo firmara. Él escribió una dedicatoria que dice For Camilo con mucho gusto, así tal cual, mezclando el español con el inglés, lo cual me hizo mucha ilusión.
Me despedí de Julia, eché una última mirada a los personajes de película que pululaban por allí (el calvo regordete estaba contándole chistes a la mujer de dos metros ante la atenta y adusta mirada del intelectual) y volví feliz a casa con mi ejemplar personalizado debajo del brazo.
Pese a todo, uno sigue siendo como es, y el libro de Nick Flynn durmió el sueño de los justos al pie de mi cama durante tres años hasta que, esta primavera pasada, decidí abrirlo y hojearlo. Al igual que me había pasado con la lectura, aquel texto me interesó inmediatamente, y me puse a leer.
No es que haya leído muchas autobiografías en mi vida, pero esta es, sin duda ninguna, la más intensa, la más detallada y hasta me atrevería a decir la más dolorosa. No quiero dar muchos detalles porque cualquier cosa que explique aquí puede generar expectativas en el futuro lector. Me limitaré a plantear sucintamente la cuestión: Flynn nace en el seno de una familia pobre, muy pobre, de la costa este de los Estados Unidos. Su padre, inventor y buscavidas profesional, abandona muy pronto a su madre en busca de aventuras y negocios con sus amigos. Nick crece con su hermano y su madre en un barrio periférico de un pueblito de Nueva Inglaterra que es, en realidad, un aparcamiento de remolques. Sin conocer a su padre, pero fiel a su ejemplo ausente, Nick se convierte pronto en otro buscavidas y experimenta todo lo bueno y todo lo malo que la exclusión y la pobreza le tienen reservado.
La vida va pasando, con muchos trompicones, y termina por llevar al Nick adulto a Boston. Allí, en suck city, sin saber muy bien por qué, empieza a trabajar en un albergue para vagabundos y mendigos, el más grande de la ciudad. Un día, al revisar la lista de personas que han ingresado al albergue durante la noche, se topa con el nombre de su padre. En otras palabras: Flynn se encuentra con que su padre, del que no ha sabido apenas nada en los últimos 25 años, es un vagabundo de Boston que acude al mismo albergue en el que él trabaja como voluntario desde hace un par de años.
El libro reconstruye también, hasta cierto punto, la vida del padre de Flynn. Si tomáramos este argumento, más las biografías de estos dos hombres, como base para una novela de ficción, el planteamiento sería un poco descabellado, rayano en lo inverosímil. Sin embargo, el autor ha documentado todo lo que ha escrito: una vez más, la realidad supera a la ficción.
El texto se estructura como una colección de notas breves, diríase de páginas de diarios, que narran anécdotas vitales de uno de los dos hombres. No hay continuidad en el espacio ni en el tiempo: se pasa de una nota actual a otra de hace treinta años, y aun así, la ilación de la historia es excelente. Por ese mismo motivo, es fácil y cómodo de leer.
Cuando digo "fácil y cómodo", lo digo desde un punto de vista estrictamente mecánico. Lo que más me impresionó de este libro fue lo difícil que era seguir leyendo. Yo iba descubriendo todas aquellas anécdotas y, de forma automática, las iba colocando en el universo de la ficción. Al terminar cada sección tenía que recordarme a mí mismo: esto no es ficción, esto es una autobiografía y todo lo que se cuenta es lo que pasó, por más novelado que esté. La intensidad de la narración es propia del género de ficción: de ahí que yo tuviera que convencerme, paso a paso, de que no lo era.
Además, da la impresión de que Flynn no tiene inconveniente en relatar hasta los más íntimos detalles de su vida, y también de la de su padre y el resto de su familiar. Es una especie de nudismo literario que, para mí, resulta bastante obsceno y, por lo mismo, un poco violento. Entiendo que el problema es mío, por supuesto, y que la obscenidad, en este caso, está en mi cabeza porque lo que narra el autor es algo real, algo que sucedió de verdad. Por lo tanto, no habría motivo para ocultarlo. Aun así, la sensación está ahí y permanece.
En su momento, Another bullshit night in suck city fue superventas en los Estados Unidos y, no hace mucho, se convirtió en película, protagonizada nada menos que por Robert De Niro. No la he visto, pero estoy convencido de que a De Niro le va de perlas el papel de Flynn padre.
Uno de los temas del libro es el cuidado y la atención de los enfermos mentales en los Estados Unidos. Ese tema, muy controvertido, debería ser el principal en los debates que ha suscitado la reciente masacre de niños en Connecticut. Por desgracia, la atención médica de esos enfermos no ha conseguido abrirse paso entre la espesura del debate de las armas, que en mi opinión es secundario. Pero ese es tema para otra entrada.
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