Hace poco más de un año, durante una de mis peregrinaciones por Internet me
topé con una película cuya existencia desconocía y que no tenía intención de
ver, pero que tuve que ver entera, dos veces, y con pausas. Se llama The Bridge
y, aviso de antemano, no es ficción, sino reportaje, y muestra con lujo de
detalles cómo se suicida más de una docena de personas desde el puente Golden
Gate de San Francisco. En ese enlace de arriba se puede ver la película entera,
si es que alguien está de humor.
Parece que en su día hubo un intenso debate moral sobre la conveniencia de
hacer un largometraje de estas características. Lo que hizo el director, al
conocerse el aumento excepcional del número de suicidios registrados en el
famoso puente, fue montar una serie de cámaras de vigilancia por toda la bahía y
mantenerlas activas (con operario fisgón incluido) durante todo un año, con la
intención explícita de filmar la muerte de los eventuales suicidas. El debate
se centra, sobre todo, en lo que se denomina “síndrome del espectador”, es
decir, esa tendencia que tenemos casi todos a no hacer nada cuando vemos que
sobreviene una situación peligrosa, negativa o indeseable. (Por cierto, me ha
tocado experimentar en persona ese síndrome hace apenas dos semanas; habrá otro
post sobre eso.) Ese debate es sin duda interesante, pero me inquieta más el
otro, que no solo es tema tabú, sino que, seguramente, es imposible de abordar:
por qué hay gente que no quiere vivir.
Si uno consigue dejar de lado el morbo de ver morir a esas personas, una de
las cosas más impresionantes de la película es el testimonio de un muchacho que
saltó y sobrevivió. Según el documental, es la única persona que ha saltado
desde el puente y ha vivido para contarlo. Aun así, tiene gravísimas secuelas
físicas que le afectarán durante toda la vida. Este muchacho explica que se
arrepintió de su decisión durante la caída y que, cuando estaba en el agua,
paralizado de cintura para abajo por el impacto, deseaba con todas sus fuerzas
salir de allí, volver a casa y seguir viviendo. Cuando uno se entera de esto,
sobreviene de inmediato la pregunta sin respuesta: ¿se arrepintieron las demás
víctimas ante la inminencia de la muerte o se reafirmaron en su decisión? Por
eso, también, digo que el debate es imposible, porque solo tenemos un
testimonio.
Intenté conversar del tema con una persona cercana pero no lo conseguí. Me
dijo que no quería hablar de la muerte. Yo pensé que no se trataba de la
muerte, sino de la vida. En particular, de aborrecer la vida. Me explico: hay
un componente sociocultural que determina nuestra actitud básica ante la
muerte. Me refiero a esa serie de elementos emocionales y culturales por los
cuales un mexicano de Hidalgo, un bengalí de Dhaka y un español de Valladolid
(por poner dos ejemplos) tienen una actitud tan distinta respecto de la muerte.
Eso, creo yo, es lo que marca nuestros sentimientos en relación con la muerte
como hecho cotidiano, y sobre todo con la muerte de los otros. Ahora bien, la
voluntad expresa de dejar de vivir, que es de lo que se trata el suicidio, no
la relaciono directamente con la muerte. La idea que tengo es que el suicida
necesita acabar con esto, con la realidad que le rodea, con lo que está
experimentando día tras día. No creo que visualice su cadáver ni nada por el
estilo. Quiero pensar que no le interesa la muerte, sino más bien conseguir que
desaparezca todo lo que le atormenta. Como no es posible eliminar el tormento, no
le queda más remedio que hacerse desaparecer a sí mismo. Supongo.
Si no estoy muy desencaminado, ahí puede residir la clave del
arrepentimiento del superviviente: es posible que, por mil motivos, uno rechace
la existencia que lleva y llegue a desear que termine. Al mismo tiempo, es
igualmente posible que el instinto de conservación y el miedo innato y natural
a la muerte sigan ahí, muy presentes y muy fuertes. Me da la impresión de que
nadie, o casi nadie, se suicida con facilidad, o a la ligera, o sin motivos. Y
creo, o quiero creer, que nadie se suicida con total convicción.
* * *
Dos anécdotas vinculadas a esta historia:
1. Llegué a la película de los suicidios siguiendo las versiones de una
canción titulada Mad World, compuesta e interpretada en origen por Tears forFears. Alguien había creado un vídeo-resumen con fragmentos de la película y,
como música de fondo, había usado la versión de Gary Jules. Esa versión le iba
a resumen como anillo al dedo porque es muy triste y melancólica, y porque la
letra viene a ilustrar las imágenes (que no al revés). El problema es que ahora,
cada vez que la oigo se me aparece la imagen de Gene Sprague dejándose caer de
espaldas desde la barandilla del puente.
2. Los enlaces que salieron en YouTube, todos ellos relacionados con
suicidios, me llevaron a otro reportaje sobre el bosque de los suicidios en
Japón. Es una filmación que podría competir con muchísima ventaja con algunas
películas de miedo que he visto en los últimos años. La ventaja, como es de
suponer, es que todo lo que se cuenta es auténtico, incluidos los huesos.
Me ha parecido un tema muy interesante.
ResponderEliminarParticipo en un grupo de microhaikus en inglés. hace poco publiqué el siguiente:
Like a ghost
the future suicide
called me
Es el haiku de los míos que ha producido más reacciones: le hicieron hasta 17 comentarios y resultaba evidente que a muchos les había tocado una fibra muy sensible.
http://www.microsiervos.com/archivo/mundoreal/puente-antisuicidios.html
ResponderEliminarlo vi hace unos días, y ahora acabo de ver este post, que me perdí... o que leí y luego olvidé (que también puede ser...).
ResponderEliminarImpresionante, gracias. La gente a veces tiene ideas... brillantes ;-).
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