Hablo menos con Tiburcio de lo que me gustaría, pero cuando hablamos, siempre saco montones de información útil. En nuestra última conversación, hace ya unos eones, me dio un nombre: Abraham Eraly. Es un historiador indio bastante discutido por los propios indios. Como he podido comprobar durante mis lecturas, esto se debe fundamentalmente a que, como buen científico, es muy crítico con los tópicos y las ideas preconcebidas y, a la hora de analizar hechos históricos, tiene la fea tendencia de cargar con la responsabilidad a sus protagonistas, y no a las circunstancias.
Cuando busqué este nombre en la biblioteca pública me encontré con dos tomazos, a cual más gordo. El primero, por orden de publicación, era el esplendoroso The Mughal Throne (Eraly escribe en inglés), en el que relata con minucioso detalle la historia de la dinastía centroasiática que dominó el norte de la India durante los siglos XVI y XVII. Los mogoles unificaron prácticamente todo el subcontinente y establecieron las estructuras de gobierno que luego aprovecharon los británicos y, hasta cierto punto, subsisten hasta hoy. En otras palabras, los mogoles, llegados al valle del Indo desde la lejana ciudad de Fergana por una serie de azares del destino, fueron los arquitectos de la India moderna.
El segundo es Gem in the Lotus, que describe la época prehistórica del subcontinente hasta más o menos el año 200 de nuestra era, cuando el imperio Mauriya estableció las primeras conexiones permanentes entre un extremo y otro, o sea, entre los actuales Pakistán y Bangladesh, con toda la zona norte de la India como núcleo.
Entre los dos libros suman más de mil páginas, con un enorme hueco de 1300 años entre ambos que espero que Eraly rellene pronto con otro libro, que nos tiene prometido, y continúe después con un cuarto para la India moderna y contemporánea. Antes de empezar a leer (empecé con el segundo, por aquello del orden cronológico y por no tener ni idea de la historia de la India), tuve la sensación de que no me los iba a acabar nunca, pero hete aquí que después de la tercera página estaba convencido de que me los iba a terminar, los dos, sin saltarme ni una página.
La descripción que hace Eraly en la introducción de Gem in the Lotus es una belleza. Es, supongo, un reflejo de su pasión por ese pedazo de tierra vieja que él nos presenta como un pedazo desgajado de Gondwana, flotando de un polo hacia el otro y chocando violentamente contra eurasia para crear tierra nueva, o sea, esas elevaciones tan monstruosas que son el Tibet, los Himalayas, el Karakorum y demás. Nos explica cómo ese lento pero inmenso cataclismo dejó encerrada una gran masa de agua que siglo tras siglo generó dos inmensas cuencas fluviales, la del Indo hacia el oeste y la del Brahmaputra hacia el este; cómo las lluvias y la nieve de aquellas montañas fertilizaron la llanura que quedó a sus pies y dieron vida a un tercer valle, el del Ganges, y cómo esos tres ríos serían las grandes rutas y las grandes fronteras de los pueblos que se asentarían en aquella zona del planeta.
Hay lectores para los que el nivel de detalle y de análisis de Eraly resulta extenuante. A mí, la verdad, me gusta. No puedo repetir aquí todas las historias que cuenta, y cómo narra, siempre con un ojo puesto en las fuentes originales (arqueológicas), lo que sabemos y lo que no sabemos de cada episodio de esas historias apasionantes. Por destacar una, mencionaré la descripción que hace de la incursión de Alejandro Magno en territorio indio, y cómo sus técnicas militares, tan eficaces como sanguinarias, le permitieron cruzar el subcontinente de lado a lado y no detenerse hasta que sus propios veteranos, hartos de conquistar mundo, le pidieron que diera la vuelta un poco antes de llegar al Golfo de Bengala. Me ha sorprendido saber que en las crónicas indias apenas se hace mención de Alejandro Magno. Para los indios, aquello debió de ser un poco como las incursiones que hicieron alguna que otra vez los vikingos en Sevilla, navegando río arriba por el Guadalquivir en tiempos medievales para llevarse unas cuantas huríes y saquear a gusto los alcázares, la mezquita y quizá echar una meadita desde lo alto de la Giralda, por aquel entonces sin el remate y el campanario.
En resumidas cuentas, que por si aún no se ha notado, estos dos libros de Eraly no solo me han encantado, sino que me han fascinado. Me parece que su estilo es ameno, didáctico y al mismo tiempo crítico y metódico. Excelente lectura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario