miércoles, 14 de octubre de 2009

Mujeres muertas

Acabo de terminar dos novelas famosas de Javier Marías: Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí. Separan a estas dos novelas dos escuetos años: la primera es de 1992 y la segunda de 1994. De mis últimos años en España recuerdo que esos dos títulos le dieron mucho renombre y que, en aquel tiempo, era autor más que polémico, lo que allí es sinónimo absoluto de famoso.

Fiel a mi costumbre, leí estas dos novelas por orden cronológico. La primera, Corazón tan blanco, suscitó el texto que vino justo antes que éste, y que está aquí. Cualquiera que lo haya leído se habrá dado cuenta de lo mucho que me llamó la atención ese estilo narrativo de amplios círculos y soliloquios ambiguos en los que la voz del narrador en primera persona se mezcla con los pensamientos del escritor que a su vez se mezclan con la voz de otro narrador omnisciente que a su vez se mezcla con un tercer narrador recursivo que trae textos ya leídos en el mismo libro. Creo que Corazón tan blanco es una novela original, con buen ritmo y muy bien resuelta en sus aspectos principales. Me gustó mucho y me abrió los ojos a una estética diferente.

Quizá por eso me sorprendió tanto, al digerir las primeras páginas de Mañana en la batalla piensa en mí, la sensación tan intensa de dejà vu. Me parecía haber leído eso antes, pese a que identificaba sin duda ninguna la misma estética literaria que había descubierto (como cosa nueva) en la otra novela. Seguí leyendo y leyendo, pues esta novela es casi el doble de larga que la primera, y allá por la página 200 había encontrado tantas analogías entre una y otra que perdí, hasta cierto punto, el interés por el desarrollo de la historia. Me obligué a seguir y, ahora que la he terminado, tengo muy claro por dónde metería la tijera si fuera el editor. A Mañana en la batalla le sobran entre 100 y 150 páginas de divagación innecesaria que la debilitan, la trivializan y la convierten en un producto inferior a su antecesora. No digo que sea una mala novela, porque no lo es. No digo que esté mal escrita, porque me da la impresión de que eso es imposible, vista la calidad y la capacidad del autor. Solo digo que, como continuación o remedo de Corazón tan blanco, no funciona: tiene varias secciones (la entrevista con el Uno, la visita al hipódromo, la noche con las prostitutas) que no están conseguidas. Le restan contundencia y reducen el efecto general, que podría haber sido tan redondo como el de la primera.

Cabe decir también que las dos novelas son, en el fondo, efectistas, porque están construidas alrededor de un secreto que no se desvela, ni a los personajes ni al lector, hasta que se llega a las últimas páginas, y además no se dan los datos necesarios para que el lector pueda inferir ese secreto, ese elemento final efectista (dramatismo de cierre). Considero que ese rasgo, propio de la literatura actual más exitosa, es poco recomendable desde el punto de vista del autor porque hace que su labor sea menos exigente. Si uno se guarda el triunfo, si sabe que va a ganar pase lo que pase, la emoción del juego merma. Si uno siempre hace lo mismo, si siempre saca el triunfo y jamás arrastra durante la partida, la emoción del juego acaba por desvanecerse.

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