martes, 8 de febrero de 2011

Organización, organización

Estaba leyendo un artículo sobre Queequeg, el isleño tatuado de Moby Dick (Herman Melville) que tan bien representa el momento cumbre de la figura del noble salvaje en la literatura romántica, cuando me topé con una cita de The Prelude de Wordsworth que me pareció interesante:
But in the very world which is the world
Of all of us, the place in which, in the end,
We find our happiness or not at all.
y decidí seguir, pero mientras leía el poema de Wordsworth me topé con otros versos que me llamaron la atención por ser representativos de otra rama del romanticismo, en este caso la política:
When the world travels on a beaten road,
Guide faithful as is needed, I began
To think with fervour upon management
Of nations, what it is and ought to be,
And how their worth depended on their Laws
And on the Constitution of the State.
O pleasant exercise of hope and joy!
En otras palabras, el objeto de esta parte del poema es el análisis de las formas de gobierno y la redacción de las leyes y constituciones. Ahí es nada.

Ese entusiasmo por el estudio de la institucionalidad, que casi dos siglos después goza de excelente salud tanto en el Reino Unido como, sobre todo, en los Estados Unidos, no ha sabido hacerse un hueco en los países hispanohablantes que yo conozco. De hecho, creo que debe de haber pocos países en el mundo que muestren la pasión burocrática y archivística que tienen los Estados Unidos, si es que hay alguno.

Podría ponerme a contar el resto de la divagación, que me llevó a leer textos de Jovellanos, Bolívar y unos cuantos más (tenemos nuestras excepciones, como es natural), pero prefiero no ponerme pesado. Para cerrar el círculo que abrí en el primer párrafo, me atrevería a decir que toda la primera parte de Moby Dick es, en realidad, una larguísima descripción de cómo se establece, se funda (constituye) y se reglamenta una mínima nación independiente, a saber, el barco ballenero Pequod. En esa nación viven durante dos años unos cincuenta ciudadanos y es ahí, en ese microcosmos constituido por el escritor, donde se desarrolla la historia principal de la novela. Sin esas 200 o 300 páginas iniciales en las que redacta la constitución, las leyes y las jerarquías del barco y de cada uno de sus individuos, Melville no habría podido encontrar jamás a la ballena blanca.

Una de las cosas que echo en falta en la literatura actual es precisamente esta: la labor, con frecuencia tediosa, de explicar con mayor o menor detalle al lector cómo funciona el mundo en el que va a suceder todo lo demás. En la literatura clásica, esta parte de la escritura es fundamental, hasta el punto de que ciertas obras se consagran casi exclusivamente a eso, es decir, a construir y describir un sistema o una organización social o humana.

Por el contrario, en la mayor parte de las novelas actuales se sobreentiende que el lector conoce y reconoce tanto el lugar de los hechos como su organización subyacente. Pienso que esa perspectiva es un error, por dos razones: a) las diferencias sociales y culturales son, a menudo, mucho más profundas de lo que nos hacen ver los medios audiovisuales (incluso entre países desarrollados, incluso entre regiones de un mismo país); por lo tanto, la omisión empobrece el texto, y b) la explicación, e incluso la repetición, de cosas sabidas nunca ha estorbado en la literatura; más bien al contrario, en muchas ocasiones ayuda al lector a no perder el hilo o a familiarizarse con los hechos o los personajes.

En cuanto a lo que dice el autor del artículo inicial sobre la posibilidad de que Melville sea precursor de Borges, no digo nada, que yo a Borges no lo he leído.

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