Me prestaron el otro día El secreto del calígrafo, novela del escritor sirio afincado en Alemania Rafik Schami. Escribe en alemán, no en árabe, pero curiosamente tiene un estilo muy damasceno. Aclaro que yo he leído la traducción al español porque al alemán nunca le he hincado el diente.
La novela tiene la estructura habitual de las historias costumbristas: varias historias personales se van entrelazando en torno a un eje común, que en este caso es un famoso calígrafo de la ciudad de Damasco. Personajes pobres, ricos, poderosos, influyentes, intrigantes y anodinos van convergiendo, a veces de maneras muy extrañas, para formar un panorama general que no se nos presenta de forma evidente hasta las últimas páginas del libro. Al mismo tiempo, hacia el final del libro uno tiene la impresión de que el autor ha abandonado a muchos de los personajes por el camino. ¿Qué pasó con los enamorados Salman y Nura? ¿Qué hubo de aquel frutero gordo que pretendía a Nura, o del novio del dueño del café, con su impresionante musculatura y sus celos de niña pequeña? No sabemos, y no sabremos, porque en los compases finales de la novela todo eso ya no importa: ahora el foco de atención se ha distanciado de los individuos e incide en el conjunto de la historia, de camino hacia el gran final.
Por eso digo que la novela tiene un estilo muy damasceno: porque esta forma de escribir de Schami es como la técnica del damasquinado. Cada detalle del adorno se define con absoluta nitidez, con el debido tiempo, esfuerzo y dedicación, pero cuando uno aprecia el conjunto de la obra, los detalles se pierden. Del mismo modo, El secreto del calígrafo está repleto de pequeñas historias que merece la pena leer y releer cinco, diez veces, historias intensas y emotivas, capaces de provocar la risa y el llanto. Uno termina un capítulo y quiere más, más y más, pero como digo, a medida que uno se acerca a las últimas páginas, las estampas costumbristas decaen y surge algo grande, importante, colectivo, que toma el control de la narración, una maquinación que trasciende los barrios antiguos de Damasco y enlaza incluso con la historia reciente de Siria, su independencia y la accidentada sucesión de sus primeros presidentes.
Este libro de Schami ha sido una excelente experiencia. Es una de esas novelas que abre los ojos y anima tanto a escribir como a vivir. La verdad es que yo nunca pondría un plato damasquinado de adorno en mi casa, pero sí soy capaz de pasarme horas y horas observando la labor del artesano. No sé si me explico...
(La deformación profesional me obliga a decir que, durante la lectura, me ha fastidiado un poco la falta de coherencia del traductor en lo referente a las re-transcripciones de vocablos árabes. Es obvio que Schami usa el sistema alemán al escribir porque lo usa incluso en su apellido: "Schami", que por cierto significa "natural de Sham". Ese apellido daría "Shami" en transcripción española. Se ve que el traductor hace un esfuerzo consciente por adaptar los muchísimos nombres propios de la historia del sistema alemán al español, pero se olvida o se equivoca con más frecuencia de la que me habría gustado. El editor, quizá, debería haberse dado cuenta de esas incongruencias (aunque solo sea porque hay personajes que figuran con dos nombres distintos, uno al estilo alemán y otro al estilo español). Reconozco que es una crítica un poco absurda porque a la inmensa mayoría de los lectores españoles les importará un pimiento, pero en fin, yo lo he notado y tenía que decirlo. Se ve que ya soy demasiado maniático para leer traducciones.)
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