Hace ya unos años hice un voto, por lo demás poco solemne, de no volver a comprar libros, por dos razones. La primera es que la ciudad en la que vivo tiene unas bibliotecas públicas que harían enrojecer de envidia a cualquier bibliotecario de universidad, con unos fondos y unas salas de lectura para levantar la boina, un procedimiento de préstamos eficiente y rápido y un sistema de intercambios interbibliotecarios como yo no había visto jamás. De hecho, en lugar de gastar dinero en libros, lo que hago es donar dinero todos los años a las bibliotecas públicas. Así compro libros (y salas de lectura, y muchas cosas más) no solo para mí, sino para todos.
La segunda razón es que mis muy acaudalados y desapegados vecinos tienen la excelente costumbre de elegir de vez en cuando un grupo de libros que ya no les interesan y dejarlos sobre los escalones de acceso a sus casas. No hace falta siquiera poner un cartel que diga "gratis" ni nada por el estilo: en este barrio, el arreglo tácito es que, si te encuentras libros en la calle, son para ti, si los quieres.
Con semejante abundancia, y con semejante generosidad, he ido perdiendo el gusto por poseer físicamente el libro y me he habituado a sacarlos de la biblioteca, cuando quiero algo específico, o rebuscar en las cajas y las pilas que encuentro por la calle cuando no tengo nada en mente. De hecho, entre los que me regalan y los que voy encontrando por la calle, tengo muchos más libros de los que puedo leer, y no se trata precisamente de manuales de autoayuda y superación: el libro de viajes de Steinbeck que he reseñado en este blog estaba por ahí tirado, a la espera de que alguien se interesara por él. También he encontrado, entre los clásicos, una edición especial de East of Eden del mismo autor, un Conrad, un Hemingway y dos Dostoyevskis. Entre los modernos podría citar una novela reciente de Zadie Smith, el primero de los de Stieg Larsson, un Pamuk y un Rushdie.
La última adición a esta colección interminable, que al tiempo es un poco agobiante porque no se acaba nunca, es la historia de un piloto francés llamado Franklin Devaux que, al parecer, recorre el mundo en un hidroavión (en concreto, este hermoso Consolidated PBY-5 Catalina) y, en pocas palabras, está enamorado de su avión. El libro es la versión original francesa. Así son las cosas por estos rumbos: uno se encuentra tiradas en la calle auténticas joyas, para quien quiera o pueda apreciarlas, por supuesto. Ya escribiré sobre el libro cuando lo lea (de momento solo he visto las tapas, la introducción y las fotos).
Un buen amigo y gran lector me dijo hace tiempo que leer sin rumbo no lleva a ninguna parte, y me animó a seguir un orden lógico que me ayudara a estructurar mi sensibilidad literaria. Tenía toda la razón, y su formación académica me tentaba y me tienta, pero no me convence, probablemente porque, con una sola excepción, nunca he querido llegar a ninguna parte con mis lecturas. Aun así, guardo su consejo de dejarme asesorar en materia literaria y quizá en otra vida me dedique a cultivar una cultura literaria comme il faut, en lugar de estos flecos que voy dejando, o recogiendo, por ahí.
Lo que quería contar, en todo caso, es que hace poco tiempo rompí ese voto y compré un libro. Fue una excepción: unos amigos me invitaron a la presentación de la primera novela de una amiga suya, medio inglesa, medio palestina, en una de las librerías del barrio. Fui a la presentación, me llamó la atención la historia y, ya que tenía allí a la autora, Selma Dabbagh, decidí hacerme con un ejemplar firmado. Total, no era tan caro.
El libro, que se titula Out of it, aterrizó en la pila de los "pendientes de lectura" y ahí durmió el sueño de los justos, con todos los huérfanos recogidos de la calle, hasta abril. Entonces lo leí de un tirón y con mucho interés, no tanto por su valor literario como por su peculiar contenido. Ya escribiré luego sobre él.
No se dice enrojecer de envidia, se dice palidecer de envidia.
ResponderEliminar¡pero si la envidia es verde!
ResponderEliminarQuerido Camilo, como siempre, es un gusto pasar a saludarte.
Mira que vengo a asomarme para ver lo que recomiendas, es lo que se dice, voyeurismo.
A lo largo de 10 años (o más) me he aficionado. Así que te mando saludos y abrazos virtuales
pzdrago