sábado, 3 de noviembre de 2018

Una novela impromptu

(Extracto de Escucha la canción del viento, de Haruki Murakami, traducido del inglés por mí. Seguro que la versión del japonés de Lourdes Porta es mil veces mejor, pero aquí no tengo forma de conseguirla. Mil disculpas.)

—La última vez que ley un libro fue este verano —dijo [el Rata] de repente—. No me acuerdo ni del título, ni del autor, ni de por qué me lo leí. Pero bueno, iba de una mujer. La protagonista es una diseñadora de moda, una tía como de treinta años que está obsesionada con la idea de que tiene una enfermedad incurable.

—¿Qué clase de enfermedad incurable?

—Yo qué sé, cáncer, puede. ¿Qué otras hay? Bueno, pues la mujer se va para un sitio de veraneo en la playa y se pasa todo el rato masturbándose. En el baño, en el bosque, en la cama, en el mar, y no hace más que masturbarse en todas partes.

—¿En el mar?

—Que sí, ¿a que flipas? ¿A qué viene contar eso en una novela? Anda que no hay cosas que contar, digo yo.

—La verdad es que sí.

—A mí no me va esa clase de novelas. Me dan ganas de vomitar.

Asentí.

—Si la novela fuera mía, sería muy diferente.

—¿Cómo sería?

El Rata se puso a toquetear el borde del vaso y se quedó pensando.

—A ver, a ver qué te parece esto. Voy en barco por el Pacífico, y va el barco y naufraga. Total, que pillo un salvavidas y me quedo ahí flotando en el agua, más solo que la una, mirando a las estrellas. La noche está preciosa, muy tranquila. Y de repente veo a una chavala que viene braceando hacia mí, agarrada a otro salvavidas.

—¿Está buena?

—Ya te digo.

Le di un sorbo a mí cerveza.

—Te está quedando un poco cutre —dije, meneando la cabeza.

—Espera, que no he terminado. La cosa es que estamos ahí los dos juntos, flotando en medio del océano, y nos ponemos a charlar. Hablamos de todo un poco: el pasado y el futuro, nuestras aficiones, con cuántas tías me he acostado, lo que nos gusta ver en la tele, lo que soñamos anoche y cosas así. Y entonces nos tomamos una cerveza.

—A ver, para un momento. ¿De dónde sale la cerveza?

El Rata reflexionó unos instantes.

—Está desperdigada por el mar —dijo—. Hay latas de cerveza flotando por ahí, de la cocina del barco. Y latas de sardinas también. ¿Te vale eso?

—Bueno.

—Después de un rato empieza a clarear. "¿Qué vas a hacer?", me pregunta la chica. "A mí me da que hay una isla por aquí cerca, voy a ponerme a nadar hacia allí". Pero yo sé que su presentimiento puede ser un error, así que le digo: "mejor nos quedamos por aquí flotando y bebiendo cerveza. Seguro que al final viene un avión a rescatarnos". Pero ella se va nadando, sola.

El Rata suspiró y echó un trago a la cerveza.

—La chica sigue nadando durante dos días y dos noches y por fin llega a una isla. Yo, para cuando me encuentra el avión de rescate, tengo una resaca de tamaño natural, como corresponde. Pasan los años y un día nos encontramos en un bar de un barrio cualquiera.

—Y os tomáis otra cerveza, ¿a que sí?

—¿No te dan ganas de llorar?

—Uy, sí.

La novela del Rata tenía dos cosas buenas. Una, que no había escenas de sexo; otra, que no moría nadie.

* * *

Nota: sí, me estoy leyendo todas las novelas de Murakami. Qué pasa. Vosotros os dais al binge watching y yo no me puedo dar al binge reading... ¡Racistas!

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