Temiendo una inminente saturación, me he ordenado a mí mismo una pausa en la lectura de la obra murakamiana. Buscando al azar entre los volúmenes en español de la biblioteca pública, me topé con los dos libros de autores centroamericanos que he estado leyendo estos días.
El primero, Flores oscuras, del nicaragüense Sergio Ramírez, es una colección de narraciones breves que comentaré en post aparte. El segundo es Los sordos, del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, una novela policiaca breve y contundente.
Un niño sordo desaparece en un accidente de carretera en una zona rural de Guatemala. Al mismo tiempo, Clara, una mujer de la clase alta de la capital, desaparece también en circunstancias extrañas. Su guardaespaldas, Cayetano, un muchacho humilde recién contratado, tiene sus sospechas sobre la desaparición de Clara y, ya desempleado, se propone resolver el misterio por su cuenta. Paso a paso, Rey Rosa nos conduce, de la mano del joven guardaespaldas, al interior de una sociedad sumida en la violencia, el oportunismo, la corrupción y los vacíos de poder. Es una sociedad en la que parece que nadie sabe nada, pero tampoco niega nada. Los hechos y las suposiciones se superponen y la confusión es constante. El afán de supervivencia hace que todo el mundo tome precauciones y es casi imposible sacar a relucir la verdad sin verse arrastrado sin remedio hacia la órbita de unas personas o de otras. Cayetano, muy a su pesar, conseguirá desvelar parte del misterio, pero su empeño lo dejará marcado de por vida y, además, lo empujará hacia misterios aún más profundos.
No sé si existe la literatura de precisión, pero si existe, Rey Rosa debe de estar entre sus máximos exponentes. Si los autores del realismo sucio usaban unas pocas pinceladas para crear una escena, Rey Rosa nos deja únicamente las líneas maestras del boceto. La concisión y la exactitud de su prosa hacen que la lectura sea rápida y creativa. Uno tiene que detenerse y pensar: qué acabo de leer, qué está pasando exactamente, qué significa ese gesto, qué ha querido decir con esa frase. Una vez y otra, las escenas terminan sin terminar, las situaciones no cierran ni abren, los planteamientos no están. Es el lector quién tiene que traer todos los elementos accesorios, porque el autor solo nos da la infraestructura estrictamente necesaria para componer la historia.
A esa fascinante forma de escribir se añade la no menos fascinante descripción de la Guatemala actual, un país sumido en una espiral de problemas tan complejos que ya no quedan muchos con la fuerza o con el valor de abordarlos. Rey Rosa hace lo contrario: nos lo presenta con toda su crudeza, con lujo de detalles, sin esquivar ni una sola de las dificultades que aquejan a su sufrida sociedad. Su prosa es de un realismo absoluto que invita a la reflexión y a la acción, y a saber más y entender más y mejor lo que está pasando en Guatemala y en toda Centroamérica.
En fin, que estoy entusiasmado de haberme topado con este gran escritor. Por algo lo consideraba Roberto Bolaño el mejor de su generación.
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