Todos los años pasa lo mismo. Todos los años, en las mismas fechas, sobrevienen dos momentos de tensión, de crispación, de intensa agresividad que a muchos, incluido un servidor, nos cuesta bastante superar. El primero es ahora, en lo más crudo del invierno, entre fines de enero y principios de febrero. El segundo es un poco antes del equinoccio de otoño, entre fines de agosto y principios de septiembre. Por suerte, no dura más de un mes cada vez, pero ese mes puede ser duro. Muy duro.
Año tras año busco la forma de evitar esta hondonada, este bache en el normal fluir de las cosas, pero no la encuentro.
Es así: es el ciclo de la naturaleza que no se detiene. Cuando las jefas vuelven de las vacaciones, siempre vienen con ideas. Cuando empiezan a delegar la ejecución de esas ideas en los simples mortales que las rodean, la entropía del universo se dispara y no hay forma humana de sustraerse a la tracción de ese temible remolino: toca sufrir.
Según mis cálculos, para fines de marzo retornará la calma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario