Desde hace un tiempo, todo lo que leo, todo lo que vivo, todo lo que escucho está repleto de padres y madres. Y de problemas. Y claro, suele haber cierta relación entre padres, madres, hijas, hijos y problemas. Cierta relación.
Todo el mundo tiene un padre y una madre, con independencia del estilo, el modo y la presentación que tengan ese padre y esa madre. Bueno, esta salvedad afecta sobre todo al padre, porque la madre es como más obvia, conspicua e insalvable, se ponga uno como se ponga.
Esa relación, la relación de cada quien con su padre y con su madre, tan natural, tan necesaria y, sobre todo, tan inevitable, es una fuente inagotable de todo tipo de vivencias, experiencias y sentimientos, en particular muy al principio y muy al final de la vida.
Hasta se me ocurre pensar que nuestra diferencia fundamental con los animales podría no ser la inteligencia, puesto que hay animales harto inteligentes, sino esta relación tan rara que tenemos con papá y mamá, que los animales claramente no tienen.
Si no hubiera problemas con los padres y las madres, la literatura sería un asco. Y el cine. Y sin embargo, qué bien nos iría en la vida real sin esos problemas que nos complican y nos amargan de una forma que, a veces, se parece mucho a una tortura lenta y minuciosa.
En esto se me hace que los padres y las madres se parecen al crimen, a las catástrofes naturales, a las guerras y demás desgracias. Pero no, claro. No es eso lo que quiero decir.
No, no es eso, mamá.
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