Me pregunta Igor, por correo electrónico, que cómo puedo leer tanto, que de dónde saco el tiempo. Yo le contesto que no leo tanto, y que el tiempo lo saco del mismo sitio que él. Se queja, se revuelve, se rebela y niega la mayor: replica que siempre estoy contándole cosas de los libros que acabo de leer, que siempre hay algo nuevo mientras que él no tiene tiempo ni para mear. Con contundencia me exige que le explique cómo consigo leer tanto. ¿He ido a uno de esos cursos de lectura rápida? ¿Me salto párrafos? ¿Me leo resúmenes? ¿Eh, eh?
Como no sé qué contestarle, he hecho una prueba. He cronometrado cuánto tardo en leer una página. He abierto una novela por una página al azar y, después de comprobar que no fuera un diálogo de monosílabos sino un buen bloque de descripción o narración, he puesto el cronómetro en marcha y he empezado a leer con calma, a mi ritmo. En la primera, que estaba en español, he tardado un minuto y dieciocho segundos. La segunda estaba en inglés y me ha llevado un minuto y treinta y siete segundos. Después he probado con otras tres en español y otras tres en inglés y he llegado a la conclusión de que mi velocidad de lectura, en promedio, es de un minuto y quince segundos por página en español y de un minuto y treinta y cinco segundos en inglés.
A esa velocidad, para leer una novela de doscientas cincuenta páginas en español necesito cinco horas y veinte minutos de lectura. En inglés, seis horas y cuarenta minutos. He mirado un poco por ahí y resulta que mi velocidad de lectura es muy normalita, ni rápida, ni lenta.
Ahora se trata de explicarle a Igor (que es uno de los lectores asiduos de este multitudinario blog) de dónde saco cinco horas y veinte minutos o seis horas y cuarenta minutos, según el idioma, para leer novelas.
Como vivo lejos del trabajo, tengo que invertir una hora para ir y otra para volver. De todo ese tiempo se puede aprovechar como mínimo veinte minutos para leer en cada tramo. Ahí ya van cuarenta minutos, por lo menos. Si leo en el metro todos los días de la semana al ir y al volver, acumulo doscientos minutos, así que si empecé una novela el lunes, para terminarla durante el fin de semana solo me hará falta leer durante una hora y tres cuartos. Digo yo que no es tan difícil encontrar una hora y tres cuartos para leer durante un fin de semana. Además, durante la semana suele haber alguna noche con tiempo libre para echar unas páginas extra, así que lo más probable es que me pueda terminar la novela antes del domingo, sobre todo si es buena.
Claro que todo esto no le dirá nada a la gente que tiene que conducir, que tiene niños pequeños o que disfruta con los juegos de ordenador o con las series de televisión en formato paquete de salchichas (o sea, de seis en seis, o por docenas). Con ese tipo de cosas, y con muchas otras, el tiempo disponible para leer, que en realidad no es tanto, se reduce una barbaridad. Pero eso no quiere decir, como parece señalar Igor, que leer lleve mucho más tiempo que todas esas cosas.
A mí me da la impresión de que la gente como Igor tiene un concepto raro de la lectura: identifican la imagen de una persona con un libro en la mano con el no hacer nada, con perder el tiempo o con eternizarse en una actividad que, al fin y al cabo, no aporta gran cosa. En otras palabras, creo que piensan que no merece la pena y por eso les resulta pesado o aburrido, cuando no lo eso: si uno ve tres películas en una semana, que no me parece muchísimo, ya está invirtiendo mucho más de cinco horas, y no digamos y hay publicidad por medio.
Ahora que lo pienso, a lo largo de mi vida me he planteado varias veces hacer uno de esos cursos de lectura rápida que anuncian por ahí. De hecho, en un par de ocasiones, en la biblioteca, he hojeado un libro sobre el tema. Al ver el método propuesto, que en líneas generales consistía en resumir mientras se lee, lo dejé, porque a mí me interesan los detalles. Y también porque el tiempo que paso leyendo me resulta agradable y no quiero acortarlo.
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