Aunque no queda claro desde el principio, el autor hace saber a sus lectores que este libro es, en efecto, una novela. Muy avanzada la narración, en la página 145 (de menos de doscientas), dice:
La idea del espejo [de Van Eyck y El matrimonio Arnolfini] inspiró años más tarde a Diego Velázquez en la ejecución de sus Meninas. En las Meninas aparece el propio Velázquez pintando un lienzo. La infanta y sus acompañantes están mirando la escena. Al igual que en el cuadro de Van Eyck, en el de Velázquez también aparece un espejo en el fondo del cuadro. En ese espejo está reflejada la escena que está pintando el pintor, es un retrato de los reyes.El planteamiento de Uribe es original y también atrevido. En efecto, si uno lee el libro de cabo a rabo no encuentra la novela por ninguna parte, y sí se aprecia el encomiable esfuerzo de investigación y documentación que queda reflejado en sus páginas. El autor trata de contestar a una pregunta, en apariencia sencilla: ¿por qué el barco de pesca de su abuelo se llamaba "Dos amigos"? ¿Tenía su abuelo un amigo y compañero de pesca del que la familia nunca supo nada? Investigando, Uribe transita por la historia de Ondarroa, su pueblo, y las zonas aledañas en busca de pistas. Colecciona historias. Descubre personajes. Todo real. Nada de ficción. Muy interesante.
Velázquez pinta así lo que hay detrás de un cuadro, nos muestra cómo se pintaba un lienzo en su época, nos revela el artefacto. Pues bien, pensé que yo debía mostrar lo que hay detrás de una novela, enseñar todos los pasos que se dan a la hora de escribirla. Las dudas, las incertidumbres. Pero la propia novela no aparecería en la novela. Tan solo el lector podría intuirla, como intuye el espectador el retrato de los reyes que pinta Velázquez en las Meninas.
No quería construir personajes de ficción. Quería hablar de gente real.
El único problema, entonces, es llamar novela a lo que no lo es.
Pese a esta aparente decepción, uno no se aburre de leer Bilbao-Nueva York-Bilbao, sobre todo porque Uribe escribe muy bien: es un excelente narrador que no pone una palabra de más o de menos en sus párrafos. Ahí se ve que tiene oficio de poeta (he leído que es más conocido por su poesía que por su narrativa, pero no sé si es cierto). Las historias breves que nos comunica son nucleares, es decir, uno podría abrir el libro casi por cualquier parte, empezar a leer al inicio de la primera sección visible y disfrutar sin problemas del cuento o la anécdota que le haya tocado en suerte.
El conjunto de las historias compone un retrato fragmentario de la sociedad de los pueblos vascos de la costa, con un fuerte énfasis en la pesca y en el relevo generacional: vemos abuelos, padres e hijos, e incluso alcanzamos a atisbar una generación externa, la de los inmigrantes, que están ya presentes e instalados en los pueblos pesqueros del litoral vasco. También hay algunas que describen los viajes del propio Uribe, pero incluso estas guardan siempre una relación estrecha e intensa con su pueblo, su familia y su cultura, que acaban por ser los únicos referentes.
Uribe usa con frecuencia en este libro un método narrativo que a mí me resulta muy religioso: la alegoría. Nada más empezar afirma que los árboles y los peces se parecen; luego explica por qué: los anillos concéntricos de la carne de los peces marcan los años de crecimiento, igual que los anillos de los troncos de los árboles. Tanto en unos como en otros, cada anillo marca un invierno, una época de carestía o de frío. Termina estableciendo una analogía con las personas:
Lo que para los peces es el invierno, para las personas es la pérdida. Las pérdidas delimitan nuestro tiempo; el final de una relación, la muerte de un ser querido.Este estilo alegórico y metafórico de corte religioso-trascendente está presente en mayor o menor medida en toda la novela, ya sea mediante estas parábolas, ya en frases o actitudes memorables de personas destacables en la vida de Uribe. Es un recurso narrativo que le va muy bien al tipo de historias que quiere contar. La alegoría de los peces y los anillos, por cierto, es también la que cierra el libro.
Cada pérdida es un anillo oscuro en nuestro interior.
En contraste, la historia que Uribe decide usar para hilar toda su investigación y para titular su libro, a saber, un viaje de Bilbao a Nueva York con escala en Frankfurt, es la más floja de todas. En comparación con la contundencia y la citada "nuclearidad" de las que sí le tocan de cerca, resulta fría, poco convincente y, sobre todo, irrelevante. De hecho, en el mismo libro hay otra historia vehicular o transversal, que es la relación de amistad del pintor Aurelio Arteta y el arquitecto Ricardo Bastida (dos amigos), ambos vinculados indirectamente a la historia de la familia de Uribe, que sí suscita un interés inmediato e intenso. Sin embargo, diríase que queda en segundo plano.
Paradójicamente, la falta de fuerza del hilo conductor no va en detrimento del libro, sino que corrobora el cumplimiento del objetivo que el autor se había propuesto. Al terminar de leerlo me quedé con una sensación de cosa inacabada, de que aquello no podía dejarse así. Entonces pensé que era probable que los contemporáneos de Velázquez hubieran tenido la misma sensación al ver Las Meninas por primera vez. Como no hay novela, al llegar al final uno no tiene la sensación de haber llegado a ninguna parte o de haber cerrado ningún círculo. La reacción natural es volver a abrir el libro, quizá no por el principio, sino por el medio, y recorrerlo en diagonal en busca de las historias más interesantes, marcarlas y contárselas a los amigos. Eso es lo que estoy haciendo ahora mismo y eso es, creo, lo que pretendía Uribe.
En ese sentido, Bilbao-New York-Bilbao es un libro eminentemente citable. Es mucho más un poemario que una novela. Es una colección de postales en movimiento, algunas muy antiguas, otras muy modernas, algunas alegres y otras muy tristes. Es un agradable ejercicio de introspección, reflexión y memoria con una bella ejecución.