martes, 21 de junio de 2016

La locura de la soledad multitudinaria... o algo así

Buscando en los archivos del Guardian, me topo hoy con una cita, al parecer muy conocida, de Henry Miller, que se aleja de las obviedades habituales que se dicen sobre esta ciudad y me hace sentir como si estuviera delante de un espejo.

New York has a trip-hammer vitality which drives you insane with restlessness, if you have no inner stabilizer…. In New York I h ave always felt lonely, the loneliness of the caged animal, which brings on crime, sex, alcohol and other madnesses.

(Nueva York tiene una vitalidad de martillo pilón que te vuelve loco de impaciencia, si no tienes un estabilizador interno... En Nueva York me he sentido siempre solo, con esa soledad del animal enjaulado que te empuja al crimen, al sexo, al alcohol y demás locuras.) (Traducción mía)



martes, 14 de junio de 2016

La verdad histórica


«A José de Jesús lo tranquilizaba el convencimiento de que la historia se escribía de ese modo: con omisiones, mentiras, evidencias armadas a posteriori, con protagonismos fabricados y manipulados, y no le producía ninguna turbación su empeño en corregir la historia de su propio padre: los dueños del poder lo hacían constantemente y la verdad histórica era la puta más complaciente y peor pagada de cuantas existieran... Pero aquellos papeles extendidos sobre la cama del hotel escondían la capacidad de poder cambiar la vida de muchas personas inocentes y además tenían sobre sí el peso de la decisión de su férrea abuela María de la Merced de mantenerse ocultos en el seno de la familia y únicamente ser difundidos cuando llegara el momento fijado, al cumplirse los cien años de la muerte del poeta.»

Leonardo Padura, La novela de mi vida

domingo, 12 de junio de 2016

Teherán está lleno de lolitas (y 4)

El epílogo de esta serie sobre Azar Nafisi no podía ser más que otro libro. Poco después de haber terminado todas las novelas que se citan en Reading Lolita in Tehran y el libro mismo, la biblioteca pública de mi ciudad anunció que Nafisi presentaría en persona su nuevo libro, titulado The Republic of Imagination. Compré la entrada y me di el gran placer de estar a tres filas de distancia de la escritora y profesora de literatura durante un par de horas.

A la salida, compré el libro (era una ocasión especial) y le pedí un autógrafo, en inglés y en persa. Hablamos unos minutos, sobre todo de la forma en que los americanos pronuncian los nombres y los apellidos extranjeros y de los problemas y trabajos que nos dan esas pronunciaciones. Luego nos despedimos y seguimos cada uno con lo suyo: ella de exiliada y yo de expatriado, que no es lo mismo, ni mucho menos.

Si Reading Lolita in Tehran es la obra con la que Nafisi intenta explicar, a través de la literatura en inglés, la revolución iraní y la trasformación de la sociedad y la cultura de su país natal, The Republic of Imagination es el libro en el que la misma escritora se pregunta por qué ha decidido, después de tantos años, someterse a la ceremonia, que antaño le pareció absurda, de jurar lealtad a la bandera de los Estados Unidos y adoptar la nacionalidad de su país de adopción. Lejos de ser un alegato a la democracia, la libertad y las oportunidades, The Republic plasma las peculiaridades de los estadounidenses desde prismas muy poco comunes, y por eso es un libro tan rico y tan interesante: porque mira a donde no mira casi nadie. No se molesta en huir de los estereotipos, las frases hechas y las mentiras que, de tanto repetirse, se han convertido en verdades (todos somos iguales, cualquiera puede ser presidente, todos los extranjeros son bienvenidos, aquí hay libertad de verdad, etc.), puesto que el libro se ocupa, precisamente, en la gente que, como ella, no cuadra en todas esas ideas preconcebidas. En la gente que se queda al margen de la cultura dominante y, sobre todo, en quienes, por muy diversas razones, tienen serias dificultades para encontrar un lugar cómodo en la sociedad estadounidense.

En esta ocasión, los autores principales en los que Nafisi basa su análisis socio-literario son Carson McCullers, Mark Twain, James Baldwin y Sinclair Lewis. Este último, al que ya reseñé en el blog hace cuatro años, es un ejemplo radical de rechazo social para un autor que, fuera de su país, resultó tener trascendencia suficiente como para recibir el premio Nobel de literatura. Los otros tres, en sus estilos peculiares, también fueron notables elementos de fricción social y cultural en un país que se las da de demócrata e igualitario, pero en el que aún queda mucho por hacer a ese respecto.

Con The Republic hice lo mismo que con Reading Lolita: fui a la biblioteca y leí primero los libros fundamentales de los cuatro autores para disfrutarlo más. Debo decir que lo disfruté más que el primero y que mi conocimiento del panorama literario americano se ha enriquecido muchísimo. Es un placer leer a tan buena lectora.

viernes, 3 de junio de 2016

Teherán está lleno de Lolitas (3)

Como explicaba en el post anterior, en “Reading Lolita in Tehran” Azar Nafisi mezcla cuatro ingredientes continuamente. Simplificando mucho, podríamos decir que son la imposición de una forma de vida artificial, la muerte de los ideales a manos de la realidad, el sufrimiento como mal hábito y la necesidad de usar la imaginación para huir de una vida represiva y demoledora. Esta mezcla se hace más intensa en el último capítulo, cuando los acontecimientos parecen forzar a la autora a tomar una decisión radical respecto de su situación en Teherán.

En varios momentos del libro, cuando las cuestiones éticas o filosóficas la abruman, la profesora consulta a un amigo al que llama my magician. No podemos saber si este personaje es real o ficticio, aunque la autora afirma que en su libro no hay más ficción que la literatura que propone leer. Sea real o inventado, este hombre es un puntal de la narración y, en mi opinión, es el más conseguido de todos. Comparte con ella la pasión por la literatura y las ideas de libertad y democracia. También es una especie de consejero espiritual con el que comenta sus alegrías y frustraciones. No pueden hablar sin más, puesto que no es su marido y está prohibido que las mujeres hablen solas con hombres que no sean de su familia. Por lo tanto, se encuentran en un café y hacen creer que están casados, o que son hermanos, o algo por el estilo.

En una ocasión, ella le plantea que se siente dividida entre seguir luchando contra las imposiciones absurdas del régimen con sus pequeñas rebeldías, como las clases a domicilio, o dejar la docencia por completo porque no quiere colaborar con el régimen de ninguna de las maneras. He aquí lo que le dice su “mago”:

–Pero claro –se burló–, la dama que no para de alardear de lo mucho que le gustan Nabokov y Hammett me dice ahora que no deberíamos hacer lo que nos gusta. ¡Eso sí que me parece inmoral! Así que ahora tú también te unes a las masas –dijo más serio–. Lo que has absorbido de esta cultura es que todo lo que nos da placer es malo, y es inmoral. Tú eres muy moral si te quedas sentada en casa, mano sobre mano. Si lo que quieres es que te diga que tienes el deber de enseñar, te has equivocado de persona. No te lo voy a decir. Lo que te digo es que enseñes porque te gusta: porque rezongarás menos en casa, porque serás mejor persona y porque probablemente tus alumnos también se divertirán y hasta puede que aprendan algo. (Traducción mía.)

Así aborda el mago el dilema constante de la moralidad: agarrando el toro por los cuernos. Si uno hace (o deja de hacer) lo que tiene que hacer por lo que pueda pasar con los factores externos, el resultado siempre será insatisfactorio porque no controlamos esos factores externos. Entonces, ¿estoy colaborando o no con el statu quo? ¿Qué pasará conmigo? ¿Qué pasará con los que me rodean? No hay más remedio que ser consecuentes e intentarlo, o seguir rezongando. Creo que estas situaciones se nos plantean muy a menudo en la vida, y que en este libro Azar Nafisi se encuentra con un problemón existencial que le cuesta mucho superar. El mago la orienta, pero se niega a darle la solución, que al final toma ella sola.

Algún tiempo después, en otra conversación clandestina, los cuatro temas del libro se entremezclan de una forma muy interesante:

–¿Pero no te das cuenta [le dice la autora al mago] de que al intentar que ellas [las chicas que van a las clases] entiendan esto, podría hacerles más daño que beneficio? –dije, quizá de forma bastante dramática–. O sea, que al estar conmigo y escuchar mis experiencias, van creando esta imagen acrítica, luminosa del otro mundo, de Occidente... Yo, no sé, yo creo que...

–Te refieres a que les has ayudado al crear una fantasía paralela –dijo–, una fantasía que va en contra de la fantasía en la que la República Islámica ha transformado nuestras vidas.

–¡Sí, sí! –dije, emocionada.

–Bueno, para empezar, no todo es culpa tuya. No hay quien pueda vivir y sobrevivir a este mundo de fantasía. Todos necesitamos crear un paraíso para escaparnos. Y además –añadió–, sí que puedes hacer algo.

–Ah, ¿sí? –pregunté con interés [...].

–Pues sí, y de hecho ya lo estás haciendo en esas clases, si no las echas a perder. Haz lo que hacen todos los poetas con sus reyes-filósofos. No tienes que crear una fantasía paralela de Occidente. Dales a esas chicas lo mejor que puede ofrecer ese otro mundo: dales ficción pura. ¡Devuélveles la imaginación!” –concluyó triunfante, y me miró como si esperara una ovación con hurras y aplausos por sus sabios consejos–. Ya sabes que te vendría muy bien hacer lo que dices, para variar. Sigue el ejemplo de Jane Austen –dijo con un tono que me pareció algo así como munificencia paternalista–. Antes nos dabas la tabarra con que Austen hacía caso omiso de la política, no porque no tuviera ni idea, sino porque no permitía que la sociedad que la rodeaba engullera su trabajo, su imaginación. En aquellos tiempos, con el mundo enzarzado en las guerras napoleónicas, ella creó su propio mundo independiente, un mundo que tú, dos siglos más tarde, en la República Islámica del Irán, enseñas como ideal ficticio de democracia. ¿Te acuerdas de todas aquellas charlas tuyas de que la primera lección para luchar contra la tiranía era hacer lo que uno tiene que hacer y satisfacer la propia conciencia? –continuó pacientemente–. Hablas y hablas de espacios democráticos, de la necesidad de espacios personales y creativos. ¡Bueno, pues ponte a crearlos! Deja de rezongar y de dedicar toda tu energía a lo que dice o hace la República Islámica y empieza a concentrarte en tu Austen. (Traducción mía.)

El mago puede llegar a ser demoledor, pero nunca injusto. En realidad no dice más que lo que ella espera que le diga: haz en conciencia lo que tienes que hacer, no esperes que llegue alguien que lo haga por ti. Le da la empatía necesaria para seguir adelante y después desaparece.

El desenlace del libro, que no cuento por si acaso, es previsible, pero no por ello menos emocionante. Lo que empieza como una tranquila sesión de reflexión sobre una novela en el salón de una casa se convierte en toda una aventura. Nafisi dice en sus entrevistas que ella no se considera escritora, pero tiene muy buen estilo cuando se propone crear tensión narrativa.

Para concluir diré que este libro de Azar Nafisi, junto con su segundo volumen titulado “The republic of imagination” (del que seguramente hablaré en otro momento), me han hecho leer más literatura en estos dos últimos años que todos los profesores que he tenido juntos. La forma que tiene de analizar los estados mentales de los personajes, de sus interacciones y de sus sentimientos me ayuda a leer de otra manera y me anima a releer como no lo había hecho antes. Una gran maestra, sin duda.

miércoles, 1 de junio de 2016

Teherán está lleno de Lolitas (2)

Dos temas dominan en “Reading Lolita in Tehran”: la sumisión y la desobediencia ante una serie de normas que se consideran injustas o incluso absurdas, y el dilema moral del compromiso y la acción, es decir, de si, ante unas circunstancias impuestas con las que uno no está de acuerdo, se debe hacer algo o dejar las cosas como están.

En el caso de Teherán a principios de los ochenta, la desobediencia y la acción social habían llegado a límites insospechados: copiar un casete de los Beatles o llevar pantalones demasiado coloridos o ceñidos debajo del fustán (las mujeres) eran motivo de detención e interrogatorio. En nuestros países, el equivalente sería preparar un plan subversivo para subir a un avión con una botella de zumo y un cortaúñas, por ejemplo. La diferencia es que esas normas absurdas para subirse a un avión no nos afectan más que unos pocos días al año, pero cuando las normas alcanzan hasta los más mínimos detalles de la vida cotidiana y de la intimidad personal, es fácil que ese absurdo genere todo tipo de problemas.

El primer capítulo, titulado “Lolita”, es una introducción que presenta las circunstancias inmediatamente anteriores al exilio de la autora. Nafisi describe cómo la imaginación calenturienta de Humbert, protagonista del libro de Nabokov, va creando una imagen de su hijastra, Lolita, en la que proyecta sus ideas obsesivas y sus deseos sexuales. Al mismo tiempo, con su actitud autoritaria va obligando a la niña a convertirse en eso que él ha imaginado, es decir, a convertirse en su amante, con independencia absoluta de las ideas y deseos de la niña. El paralelismo con la vida en Teherán es bastante obvio. Las alumnas que visitan a la autora en su casa también llevan una vida que responde a la actitud autoritaria del estado. Están obligadas a cubrirse continuamente y no pueden ponerse nada que las haga atractivas; deben mirar siempre hacia el suelo; tienen prohibido salir con hombres que no sean de su familia, bailar, cantar, etc. El régimen les impone una imagen de sí mismas, una imagen creada por el gobierno teocrático que no tiene nada que ver con lo que ellas son o querrían ser, pero que están obligadas a reproducir. Es un teatro, pero un teatro forzoso: deben disfrazarse todos los días según los deseos de los gobernantes y, en el momento en el que ponen el pie en la calle, actuar conforme a un ideal de persona que se impone por la fuerza desde un poder absoluto y represivo. Esta situación genera, tanto en Lolita como en las jóvenes iraníes, una especie de esquizofrenia existencial entre la vida íntima y la vida pública que acaba por tener graves consecuencias. Lo privado se hace clandestino e inconfesable y lo público se hace artificial y obligatorio. La vida, despojada de espontaneidad y de imaginación, se convierte en un castigo.

El segundo capítulo, titulado “Gatsby”, cuenta cómo el personaje neoyorquino de Fitzgerald persigue su sueño con pasión, sin límites y, cuando lo alcanza, cuando por fin consigue lo que quiere, su propio éxito acaba con él. Con el glamuroso y desventurado Gatsby ilustra Nafisi la inesperada evolución de las revueltas contra el Sha de Irán, que comenzaron como una rebelión popular generalizada contra el régimen totalitario y arbitrario de aquel gobernante y pronto se transformaron en una guerra abierta entre facciones revolucionarias. Al final, los islamistas se llevaron el gato al agua y lograron, mediante la amenaza, la violencia y la represión, imponerse a las demás facciones, sobre todo a las que querían un gobierno laico al estilo europeo. Esas facciones, nos cuenta Nafisi, eran como Gatsby: estaban tan ensimismadas con su sueño revolucionario que, cuando llegó el momento de poner los pies en la tierra y actuar con racionalidad, no fueron capaces de adaptarse y llegaron otros factores que los barrieron del mapa. Sus ideales no lograron salvarlos de una realidad despiadada.

Henry James y su visión de la guerra dominan un tercer capítulo triste y angustioso, dedicado a la guerra Irán-Iraq. Quienes leyeran las noticias de aquella época recordarán el término “la guerra de los misiles”, “la guerra de las ciudades” y el nombre imborrable de los misiles Scud. Los dos países disparaban continuamente misiles balísticos de largo alcance hacia las principales ciudades del enemigo. Vemos cómo Azar tiene que recoger a sus hijos y llevárselos al refugio subterráneo, con frecuencia en plena noche, mientras las brutales explosiones sacuden Teherán. En una ocasión, cuando los vecinos emergen del sótano ven que el edificio de enfrente ha sido reducido a escombros. Lo más triste es que se trata de una guerra olvidada incluso por el propio régimen iraní, que no toma medida alguna para proteger a su población de la incesante lluvia de misiles e incluso celebra las bajas como martirios agradables a Dios y divulga eslóganes en los que anuncia las muertes de los muchachos en el frente como grandes victorias para Irán. El paralelismo con la obra de Henry James reside en una característica de este autor que ha servido tanto para criticarlo como para alabarlo: la “ausencia de vida” de sus novelas. Se dice que los personajes de James tienden a soportar la injusticia y la guerra sin opiniones claras, sin grandes pasiones y sin reacciones decididas. En las muchas guerras que le tocó vivir, James nunca quiso tomar partido y nunca dijo estar de ninguno de los dos lados, pero sí criticó de forma acerba la sinrazón de todo aquello. De la misma manera, los habitantes de Teherán se vieron obligados a vivir una guerra que no entendían y en la que apenas participaron. Incapaces de sentir solidaridad alguna por un gobierno que los ignoraba, esperaron con paciencia que aquel sinsentido terminara, como de hecho ocurrió en cierto momento, y siguieron con su vida cotidiana sin pensar mucho en el significado de aquella etapa de absurda destrucción.

En “Austen”, el cuarto y último capítulo, Nafisi pregunta a sus alumnas sobre su vida personal y sentimental y descubre que no solo tienen grandes dificultades, sino que una buena parte de su tensión procede de esas relaciones personales que, por necesidad, son artificiosas e insatisfactorias. Lo mismo se puede decir, claro está, de muchas de las relaciones que describe Jane Austen en la Inglaterra victoriana. De ahí que esta sea la autora elegida para ilustrar la dificultad que tienen los iraníes (y sobre todo las iraníes) para relacionarse entre ellos. Muy en particular, las parejas, los matrimonios y los amigos de distinto sexo se encuentran con la necesidad de expresar sus sentimientos en un entorno delimitado por los tabús y los dogmas del gobierno teocrático. El deseo de marcharse del país para liberar esas relaciones y el hecho de que el exilio suele destruir esas relaciones (porque no todo el mundo quiere ir al extranjero) está siempre presente como una espada de Damocles. En Austen también hay unas tensión constante entre los sentimientos personales y las obligaciones formales que imponen los códigos de conducta británicos, y el deseo constante, y constantemente reprimido, de romper con la etiqueta y vivir con naturalidad.

Como he dicho antes, el libro se puede leer sin haber repasado la literatura de los cuatro autores principales, y de muchos otros que van menudeando por las páginas. Si uno los conoce, la lectura se hace mucho más rica e interesante, pero no es imprescindible porque también hay situaciones, escenas y, sobre todo, personajes, que dan también un tono novelesco al libro. De uno de esos personajes, uno que no tiene nombre y que la autora solo llama my magician, escribiré en el post siguiente.