Comparto con Sir Paul McCartney la admiración por un grupo musical muy joven llamado MGMT. Proceden de una zona del mundo que conozco bien y su música, que considero original y sorprendente, me atrae mucho.
Hace unos días busqué el vídeo de una de sus canciones más conocidas, Kids. Nada más empezar a verlo, me topo con una sorpresa: una cita atribuida a Mark Twain que, en realidad, es de Federico Nietzsche:
«Aquel que lucha con monstruos, cuídese de no llegar a ser monstruo a su vez. Y si miras por mucho tiempo un abismo, el abismo también mira dentro de ti.»
La segunda sorpresa es el vídeo en sí mismo. Creo que basta con verlo para entender por qué me sorprendí. MGMT tiene fama de hacer vídeos de gran impacto visual (véase otro, también famoso, de su canción Time to pretend) y en Kids han cubierto el cupo con creces. Hay que reconocer que el montaje le va muy bien a la letra de la canción. Entre los temas recurrentes del grupo están la nostalgia por la infancia perdida, la adolescencia mal asumida, la búsqueda constante de frustraciones infantiles que expliquen algo del comportamiento de los jóvenes actuales y cosas por el estilo.
Me puse a mirar los comentarios al vídeo en dos sitios muy populares, Vimeo y Youtube. En Vimeo, casi todos los participantes subrayaban los elementos creativos del montaje y el mensaje subyacente. Algunos mencionaban lo perturbador que resulta ver a un bebé rodeado de monstruos por todas partes, pero no lo criticaban per se, como sí sucedía, y con mucha fuerza, en los comentarios de Youtube. En este último sitio, los mensajes se centraban en el sufrimiento del bebé, criticaban el carácter absurdo del vídeo y, en general, evitaban entrar en mayores detalles.
Hubo uno que me llamó la atención. Decía algo así como: «buf, esto no es nada: si queréis ver algo fuerte, buscad el vídeo Born Free de M.I.A.».
Creo que ya he hablado de M.I.A. Es una cantante nacida en Sri Lanka que ahora mismo vive más o menos en el mismo sitio que MGMT y que yo. Su padre se dedicaba a la política y murió de forma violenta en su país de origen. La familia pertenece a la minoría tamil. Sus creaciones están repletas de respuestas a la violencia que se vive desde hace décadas en su país y, en general, de denuncias contra todas las actitudes represivas y agresivas que hay por el mundo. Su música tiene un componente de provocación política muy molesto para los estadounidenses, los británicos y algunos más. El vídeo que cito más arriba se puede ver en Vimeo, pero en Youtube está restringido con las mismas etiquetas que ciertas cosas como la pornografía, por ejemplo. Es muy violento, y con un mensaje tan diáfano que no hay que explicar nada. Basta con verlo.
En los comentarios a este vídeo sucede algo parecido a lo que vi en el de MGMT: mientras en Vimeo se abren diversos frentes de debate, casi todos constructivos, tanto sobre los valores estéticos del vídeo como sobre sus muchas dimensiones interpretativas, en Youtube casi todo el público se deja arrastrar por un solo hilo, el de la discriminación, y por supuesto el debate muere en el absurdo más lamentable.
Soprende saber que este vídeo está restringido (no prohibido, como se dice por ahí), mientras miles y miles de otros vídeos comerciales como éste de Faster no sólo se emiten para todos los públicos sino que van precedidos por un cartel de la institución de censura estadounidense en la que se dice que es válido "para el público apropiado", sin especificar cuál es ese público apropiado. Vale decir que en este último no se ve a una pareja en la intimidad de su dormitorio ni se ve cómo salta la sangre de las personas que son abatidas a tiros pero, ¿qué hay del mensaje subyacente? El mundo está saturado de películas como esta y, sin embargo, los vídeos que se censuran son los que presentan el tipo de violencia que queda al margen de la estética oficial. Los demás se divulgan con un moderno nihil obstat cinematográfico.
Al mismo tiempo, en una plataforma tan enrarecida por la autocensura como Youtube, me sigue resultando facilísimo ver vídeos de entrenamiento de terroristas en Somalia, Iraq, Afganistán, Daguestán, Chechenia y muchos otros sitios, con bellísimas canciones de estilo nashid. No es que me guste: es que espero que en algún momento los responsables de Youtube acaben por poner coto a quienes publican esos materiales. Si uno busca un rato más (digamos veinte minutos), puede ver operaciones de sabotaje completas, tiroteos, voladuras de infraestructuras, ataques contra soldados de ejércitos y milicias diversos y, por supuesto, ejecuciones, muchas ejecuciones reales, vejación de cadáveres y yo qué sé cuántas cosas más. En Youtube. Sin etiquetas ni banderitas, abierto a todo el personal.
Me pregunto, pues, a qué estamos jugando. Hay cientos de comentarios que critican a los monstruos imaginarios que asustan a un bebé en el mismo sitio web en el que se puede uno pasar horas viendo ejecuciones sumarias reales, y en estas últimas no hay más que comentarios de apoyo, alabanza y gracias a Dios. Nos obcecamos en analizar la ética de una serie de imágenes que son producto de la imaginación de alguien, denostándolas por violentas, mientras damos la espalda al hecho incontrovertible de que hay millones de personas que no hacen más que imaginar cómo será vivir un día sin violencia.
Decía en un post anterior que estaba leyendo Los cuatro jinetes del apocalipsis, de Vicente Blasco Ibáñez. Hace unos días lo terminé, pero aún no he escrito nada al respecto. Ahora, con todas estas reflexiones, se me ocurre decir que las imágenes de la primera guerra mundial que describe el autor del libro se comparan bien con lo que he estado viendo esta noche en Youtube por cortesía de los combatientes islamistas. Blasco Ibáñez lamenta que a principios de siglo se hubiera perdido el concepto antiguo de "guerra entre caballeros" y se recurriera al salvajismo, sobre todo por parte de los alemanes. Yo creo, en primer lugar, que Blasco Ibáñez no había estado en ninguna guerra antes de estar en esa y, por lo tanto, no tenía elementos de juicio. En segundo lugar, pienso que las guerras antiguas no fueron más humanas ni más dignas que las del siglo XX, sino distintas. Los refinamientos de crueldad que describe, por ejemplo, el premio Nobel de literatura Ivo Andric en su impresionante novela Un puente sobre el Drina, no tienen parangón con lo visto en las trincheras del Marne. No puedo evitar, al recordar ese libro, la descripción pormenorizada del empalamiento de un mozo del pueblo a manos de los verdugos turcos.
Del mismo modo, todas estas guerras no declaradas que se libran ahora mismo en el mundo no me parecen ni más humanas, ni más crueles que lo leído en los jinetes y en muchos otros libros sobre la guerra. Es, para decirlo en pocas palabras, el mismo horror. Por eso es importante que todos, desde los novelistas españoles decimonónicos hasta las cantantes tamiles del siglo XXI, digamos con claridad que todas las guerras son la misma mierda, sobre todo ahora que los políticos que hace cinco o diez años echaban pestes de ciertos conflictos malditos los han justificado, amparado, potenciado y financiado sine die.
El niño del vídeo de MGMT llora, muerto de miedo, entre monstruos. Es natural. La gente que escribe en los comentarios afirma que eso es muy cruel. No les falta razón, pero eso es una imagen, y esa imagen afirma o denuncia, a mi modo de ver, que medio mundo vive así, rodeado de monstruos, y que a esas personas ni siquiera le es dado llorar y buscar los brazos de su mamá.
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martes, 25 de enero de 2011
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Permítame que lo prevenga, joven
Ayer iba por la calle pensando en una idea estupenda para un post. Recuerdo nítidamente el entusiasmo que sentía, pero no soy capaz de reconstruir la idea estupenda. Ahora abro el blog, me dispongo a crear mi post y me encuentro con las neuronas vacías.
Puedo interpretar este acontecimiento de muchas maneras.
Pero no tengo ganas.
Mientras tanto, aprovecho para anotar aquí que en el prólogo de Vicente Blasco Ibánez a Los cuatro jinetes del apocalipsis, novela que no había leído hasta ahora y sobre la que se está pergeñando un post de padre y muy señor mío, el autor explica cómo los alemanes de la época ya manejaban con soltura el concepto de guerra preventiva, popularizado casi cien años después por el clan Bush-Blair-Bigotes. La diferencia, para mi gusto, es que en la primera guerra mundial había un entusiasmo por la conquista, la muerte y la destrucción que no están presentes en nuestros días. Todas las guerras son una basura, todas sin excepción, pero las de hoy, que no se declaran (porque conlleva obligaciones jurídicas) y que no empiezan ni acaban jamás (porque la declaración de victoria o derrota implica también mucho trabajo), tienen rasgos aún más sórdidos, oscuros y maléficos, si cabe, que las de antaño.
Le señalé el pasaje en el que Blasco Ibáñez habla de la guerra preventiva a un amigo. Como no conocía el libro, le expliqué que su autor lo había escrito en 1916 entre Argentina, España y Francia y se refería a las doctrinas de Alemania ante la primera guerra mundial. Este amigo, sefardí nacido en Grecia y criado en varios países del mediterráneo oriental antes de aterrizar en los Estados Unidos, torció el gesto inmediatamente. Le amargué el día. Me dijo que el concepto de guerra preventiva es tan antiguo como el ser humano, que se ha usado en todas las épocas y que por supuesto se seguirá usando (dispara primero y pregunta después, por si acaso). Tiene razón. Como miembro de una minoría olvidada, él ha padecido los efectos de varias guerras preventivas. Lo que pasa es que la historia se repite. Quienes no la conocemos, o quienes tenemos una cultura lacustre, como dijo cierto personaje de ficción, compramos conceptos añejos como si fueran nuevos. Un día alguien nos explica el engaño, o nos topamos con la explicación en un libro, pero ya es demasiado tarde.
Al hilo de esto último, uno ve la relevancia de explicar las cosas, de dejar por escrito una cantidad suficiente de testimonios para que a las generaciones futuras no les coloquen artículos anticuados con envoltorios de modernidad. Sobre todo cuando se trate de agresiones y vejaciones contra otros seres humanos.
Sigo leyendo a Blasco Ibáñez desde una trinchera que, por fortuna, queda muy lejos del Marne. Si llego a acordarme de lo que iba a escribir, lo escribiré. Entre tanto, este blog seguirá siendo tan lento y aburrido como siempre.
Puedo interpretar este acontecimiento de muchas maneras.
Pero no tengo ganas.
Mientras tanto, aprovecho para anotar aquí que en el prólogo de Vicente Blasco Ibánez a Los cuatro jinetes del apocalipsis, novela que no había leído hasta ahora y sobre la que se está pergeñando un post de padre y muy señor mío, el autor explica cómo los alemanes de la época ya manejaban con soltura el concepto de guerra preventiva, popularizado casi cien años después por el clan Bush-Blair-Bigotes. La diferencia, para mi gusto, es que en la primera guerra mundial había un entusiasmo por la conquista, la muerte y la destrucción que no están presentes en nuestros días. Todas las guerras son una basura, todas sin excepción, pero las de hoy, que no se declaran (porque conlleva obligaciones jurídicas) y que no empiezan ni acaban jamás (porque la declaración de victoria o derrota implica también mucho trabajo), tienen rasgos aún más sórdidos, oscuros y maléficos, si cabe, que las de antaño.
Le señalé el pasaje en el que Blasco Ibáñez habla de la guerra preventiva a un amigo. Como no conocía el libro, le expliqué que su autor lo había escrito en 1916 entre Argentina, España y Francia y se refería a las doctrinas de Alemania ante la primera guerra mundial. Este amigo, sefardí nacido en Grecia y criado en varios países del mediterráneo oriental antes de aterrizar en los Estados Unidos, torció el gesto inmediatamente. Le amargué el día. Me dijo que el concepto de guerra preventiva es tan antiguo como el ser humano, que se ha usado en todas las épocas y que por supuesto se seguirá usando (dispara primero y pregunta después, por si acaso). Tiene razón. Como miembro de una minoría olvidada, él ha padecido los efectos de varias guerras preventivas. Lo que pasa es que la historia se repite. Quienes no la conocemos, o quienes tenemos una cultura lacustre, como dijo cierto personaje de ficción, compramos conceptos añejos como si fueran nuevos. Un día alguien nos explica el engaño, o nos topamos con la explicación en un libro, pero ya es demasiado tarde.
Al hilo de esto último, uno ve la relevancia de explicar las cosas, de dejar por escrito una cantidad suficiente de testimonios para que a las generaciones futuras no les coloquen artículos anticuados con envoltorios de modernidad. Sobre todo cuando se trate de agresiones y vejaciones contra otros seres humanos.
Sigo leyendo a Blasco Ibáñez desde una trinchera que, por fortuna, queda muy lejos del Marne. Si llego a acordarme de lo que iba a escribir, lo escribiré. Entre tanto, este blog seguirá siendo tan lento y aburrido como siempre.
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