viernes, 19 de diciembre de 2014

La responsabilidad del asalariado

¿Quién ha escrito esto? ¿Quién ha escrito esto?

La pregunta de siempre. En el trabajo, te topas con ese texto importante, quizá crucial (según cómo vayan las cosas de hoy en adelante), y piensas: esto está mal escrito, o peor aún, esto está mal razonado, o mal presentado, o mal explicado. Por supuesto, uno no es más que un mandado y no hay métodos o procedimientos para comunicarse con el pez gordo de turno y decirle lo que uno opina, no con ánimo criticón, sino para mejorar o arreglar algo que, como digo, no solo es importante sino que podría llegar a ser crucial.

Cuando me pasan esas cosas, como me acaba de pasar hace cinco minutos, procuro recordar que, como dicen en las películas, yo solo trabajo aquí. Me han contratado para dar un servicio, así que hala, a dar el servicio y a callar como una... persona asalariada.

Sí, claro, pero entonces, ¿qué hago con la responsabilidad? Por sacar las cosas de quicio, digamos que un ejército me contrata como intermediario para comprar frutas y verduras. Me consta que esas frutas y verduras se usan para alimentar a los soldados del ejército, que tienen que comer todos los días (luego es un trabajo bueno) y que están ocupando ilegalmente un territorio extranjero (luego... ¿es un trabajo malo?). Claro está que yo no ocuparía territorios extranjeros, solo compraría lechugas. Imaginemos también que esas frutas y verduras sirven igualmente para alimentar a presos de conciencia que este ejército mantiene recluidos para reprimir todo tipo de protesta contra su ocupación. ¿Qué hago? ¿Dejo el trabajo? ¿Boicoteo a ese ejército invasor y carcelero? ¿No son los soldados, igual que yo, seres humanos con la misma necesidad de comer todos los días? ¿Y los presos? Uno puede decir: no te tortures, si tú no compras frutas y verduras, ya lo hará otro. Por supuesto me doy cuenta de eso, me doy cuenta de que el mundo sigue girando aunque yo no esté a bordo. Pero con eso no se soluciona el problema moral, sino que se le traspasa a otra persona, y así se consolida y se perpetúa el dilema. Entonces, ¿qué? ¿Colaboramos o no colaboramos? Y el colaboracionista, ¿qué es en realidad, quién es en realidad? ¿Qué pasa si nadie colabora? ¿Quién resulta afectado si nadie colabora? ¿Es posible comprar lechugas subversivas o protestar con zanahorias?

Cuando se actúa de mala fe, o cuando las cosas se hacen de mala manera, siempre hay consecuencias. Y esos actos de mala fe o de incompetencia o irresponsabilidad no solo afectan directamente a quienes tienen relación directa con los hechos, sino también a muchísima gente que tiene vínculos indirectos con las malas acciones o las chapucerías.

Siempre se puede hacer algo, me dicen. Siempre se puede decir algo. Sí, es cierto, pero la paciencia y la resistencia a la frustración no están repartidas con equidad y no las venden ni en tiendas ni por Internet.