jueves, 12 de noviembre de 2009

Las tres ranas de Beckett

...Watt recordaba una distante noche de verano, en un lugar no menos distante, y Watt, joven y sano y tumbado, en absoluta soledad y completamente sobrio en la cuneta, preguntándose si sería ya el momento y el lugar y la persona amada, y las tres ranas que croaban ¡Cra! ¡Cre! y ¡Cri!, a uno, nueve, diecisiete, veinticinco, etc., y a uno, seis, once, dieciséis, etc., y a uno, cuatro, siete, diez, etc., respectivamente, y cómo las oía

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
¡Cre! -- -- -- -- ¡Cre! -- --
¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! --

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- -- ¡Cre! -- -- -- -- ¡Cre!
-- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri!

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- -- -- -- ¡Cre! -- -- --
-- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- --

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- ¡Cre! -- -- -- -- ¡Cre! --
¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! --

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- -- -- ¡Cre! -- -- -- --
-- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri!

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
¡Cre! -- -- -- -- ¡Cre! -- --
-- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- --

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- -- ¡Cre! -- -- -- -- ¡Cre!
¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! --

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- -- -- -- ¡Cre! -- -- --
-- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri!

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- ¡Cre! -- -- -- -- ¡Cre! --
-- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- --

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- -- -- ¡Cre! -- -- -- --
¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! --

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
¡Cre! -- -- -- -- ¡Cre! -- --
-- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri!

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- -- ¡Cre! -- -- -- -- ¡Cre!
-- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- --

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- -- -- -- ¡Cre! -- -- --
¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! --

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- ¡Cre! -- -- -- -- ¡Cre! --
-- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri!

¡Cra! -- -- -- -- -- -- --
-- -- -- ¡Cre! -- -- -- --
-- -- ¡Cri! -- -- ¡Cri! -- --

¡Cra!
¡Cre!
¡Cri!

Watt (Samuel Beckett)
------------------------

Yo, desde mi ignorancia batracia, me resisto a creer que esto sea una mera parida del autor, un exabrupto irracional y absurdo, sin pies ni cabeza. Eso es lo que parece a primera vista, y estoy seguro de que la mayoría de los lectores, a la vista de esta página y media repleta de cantos de rana, se limitará a pasar la vista por encima de las rayitas y los ruiditos y seguirá adelante para enterarse de lo que pasaba con la señora Gorman, la pescadera, que se sentaba en las rodillas de Watt los jueves por la tarde.

Así que insisto, echo una segunda mirada, detecto algunas tendencias repetitivas y entonces me pregunto si esto no será un mensaje oculto. Veo grupos de ocho elementos que pueden estar encendidos o apagados... ¿De qué me suena? ¡Anda, pero si son bytes! ¡Bytes preinformáticos, bytes anfibios de 1953 y publicados en París, con grave peligro de sucumbir en forma de platillo de ancas de rana!

Procedo a hacer una interpretación binaria, decimal, hexadecimal y en caracteres del croar de las ranas:

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
10000100 -- 132 -- 84 -- „
10010010 -- 146 -- 92 -- ’

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
00100001 -- 33 -- 21 -- !
01001001 -- 73 -- 49 -- I

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
00001000 -- 8 -- 8 -- [retroceso]
00100100 -- 36 -- 24 -- $

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
01000010 -- 66 -- 42 -- B
10010010 -- 146 -- 92 -- ’

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
00010000 -- 16 -- F -- 
01001001 -- 73 -- 49 -- I

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
10000100 -- 132 -- 84 -- „
00100100 -- 36 -- 24 -- $

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
00100001 -- 33 -- 21 -- !
10010010 -- 146 -- 92 -- ’

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
00001000 -- 8 -- 8 -- [retroceso]
01001001 -- 73 -- 49 -- I

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
01000010 -- 66 -- 42 -- B
00100100 -- 36 -- 24 -- $

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
00010000 -- 16 -- F -- 
10010010 -- 146 -- 92 -- ’

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
10000100 -- 132 -- 84 -- „
01001001 -- 73 -- 49 -- I

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
00100001 -- 33 -- 21 -- !
00100100 -- 36 -- 24 -- $

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
00001000 -- 8 -- 8 -- [retroceso]
10010010 -- 146 -- 92 -- ’

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
01000010 -- 66 -- 42 -- B
01001001 -- 73 -- 49 -- I

10000000 -- 127 -- 7F -- [supr]
00010000 -- 16 -- F -- 
00100100 -- 36 -- 24 -- $

1
1
1

Pese a que la cosa de los caracteres y los valores decimales y hexadecimales resulta ser un estrepitoso fracaso, al copiar y estudiar cada una de las secuencias me doy cuenta de que aquí hay ritmo.

En otras palabras, y para entendernos, es obvio que en cada grupo hay un elemento constante (el ¡Cra! en la primera posición, inmutable), que es como el tono de fondo de la gaita irlandesa, y las otras dos ranas llevan una cadencia diferente cada una, diferente pero complementaria, como se puede observar con toda claridad a continuación (cre a la izquierda, cri a la derecha):

10000100 -- 10010010
00100001 -- 01001001
00001000 -- 00100100
01000010 -- 10010010
00010000 -- 01001001
10000100 -- 00100100
00100001 -- 10010010
00001000 -- 01001001
01000010 -- 00100100
00010000 -- 10010010
10000100 -- 01001001
00100001 -- 00100100
00001000 -- 10010010
01000010 -- 01001001
00010000 -- 00100100

Por si alguien no lo ha pillado todavía, lo que hay que mirar son las escaleritas que van trazando los unos (1) en cada tabla. ¿Alguien ha hecho trenzas de ocho hilos alguna vez? Lo repito otra vez, con ayuda:

10000100 -- 10010010
00100001 -- 01001001
00001000 -- 00100100
01000010 -- 10010010
00010000 -- 01001001
10000100 -- 00100100
00100001 -- 10010010
00001000 -- 01001001
01000010 -- 00100100
00010000 -- 10010010
10000100 -- 01001001
00100001 -- 00100100
00001000 -- 10010010
01000010 -- 01001001
00010000 -- 00100100

Espero que ahora queden bien claras las cadencias, la de ¡Cre! más acelerada y saltarina, la de ¡Cri! más abigarrada, pero más pausada y sistemática. Sin olvidar el bajo de ¡Cra!, constante, inmutable.

Me doy cuenta de que hago mal al insistir en usar símiles musicales porque es obvio que esto no se escribió para ser interpretado como música, puesto que usa una notación de ocho elementos (un byte, claro), y no de siete, que podrían ser las notas musicales.

¿Qué nos quiere decir
Samuel Beckett con estas cadencias? Queda claro, por los resultados obtenidos, que una de dos, o usaba un mapa de caracteres diferente, o no tenía intención alguna de enviar un mensaje cifrado, pero al mismo tiempo queda claro también que existe una intención. (Morse tampoco es, como puede comprobar cualquiera que tenga un conocimiento elemental de ese código.)

Lo que quiere decirnos Beckett es que por más absurdo que pueda parecer un texto, como éste de las ranas, siempre habrá un lector imbécil dispuesto a invertir una hora de su vida en transcribirlo, analizarlo, comentarlo y, de paso, disfrutarlo.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La vieja

La vieja le acaba de pedir algo al hombre que va unos veinte metros delante de mí. Lo ha increpado en voz alta, con descaro, poniéndose en su camino, pero él ha seguido caminando y apenas si se ha desviado unos centímetros, sin inmutarse. Ella ha soltado la presa con rapidez y se ha vuelto hacia mí. Ahora la tengo enfrente: si sigo andando, me chocaré con ella. Me empieza a hablar en la distancia, y aunque el ruido de la ciudad no me deja oír, entiendo que me pide algo para comer, dame algo, dame unos dólares, dice. Yo, como el otro hombre, sigo andando, pero sí me inmuto.

Tendrá setenta y muchos años. Está encorvada, sucia y enfadada. Mira a los ojos y habla a gritos. Me recuerda a mi abuela. Dame algo, dame diez dólares, dice, y a mí me da la risa. ¿Diez dólares? Me detengo y la miro de frente también. Ella, sin asomo de malicia, pero con cara de muy mala leche, me sostiene la mirada y asiente: sí, diez dólares, ¿no tienes diez dólares? Me pone una mano en el brazo izquierdo. Estoy a punto de decirle que no los tengo, pero me retracto y contesto que sí, que tengo diez dólares, pero que no son para ella. Entonces sube todavía más la voz y me pregunta por qué, por qué no le puedo dar diez dólares, y sigue lanzándome frases, diciendo dame diez dólares, algo tendré que comer, ¿no? Yo no salgo de mi asombro, pero de repente me doy cuenta de que me está sujetando el brazo con mucha fuerza. Me sobresalto, miro alrededor por si acaso tiene algún ayudante y no me he dado cuenta. No veo a nadie sospechoso. Ella me pregunta qué me pasa, es que ella me da asco o me da miedo o qué me pasa, por qué no le doy los diez dólares. Un poco aturdido ya por la insistencia (el portero del edificio de al lado nos está mirando), meto la mano al bolsillo. Ella se calla de inmediato mientras yo hablo por hablar, diciendo vamos a ver qué tenemos por aquí. Está claro que en la billetera hay más de diez dólares, pero no le voy a dar tanto, desde luego. Ella mira y dice sí tienes diez dólares, ¿ves?, dámelos. Yo la miro a los ojos y le repito que no le voy a dar diez dólares, a lo cual ella pone cara de genuina angustia y vuelve a preguntarme por qué no quiero darle diez dólares, qué va a hacer, qué va a comer si no se los doy. Saco dos billetes de a dólar y se los tiendo. Aquí hay dos dólares, ¿los quieres? Ella me suelta el brazo pero se queda inmóvil, con los ojos clavados en mi cara, como ponderando. No ha mirado los billetes.

Dame diez dólares, dice por última vez. Ahí van sus últimas tropas, avanzando en un campo de batalla que ya está decidido, abandonada ya toda esperanza de vencer si no es gracias a un milagro o a un error del enemigo. Yo reafirmo mis defensas, aguanto el envite y digo sencillamente que no. Entonces una mano muy lenta recoge los dos dólares mientras los ojos se quedan donde están. Los noto ahí, en plena cara, y los noto cuando me doy la vuelta y echo a andar calle abajo. Los noto cuando entro en el metro, ya muy lejos de ella. Los noto al llegar a casa. Los noto ahora, tres días después de no haberle dado lo que me pedía.