jueves, 27 de junio de 2013

Caligrafías de Damasco

Me prestaron el otro día El secreto del calígrafo, novela del escritor sirio afincado en Alemania Rafik Schami. Escribe en alemán, no en árabe, pero curiosamente tiene un estilo muy damasceno. Aclaro que yo he leído la traducción al español porque al alemán nunca le he hincado el diente.

La novela tiene la estructura habitual de las historias costumbristas: varias historias personales se van entrelazando en torno a un eje común, que en este caso es un famoso calígrafo de la ciudad de Damasco. Personajes pobres, ricos, poderosos, influyentes, intrigantes y anodinos van convergiendo, a veces de maneras muy extrañas, para formar un panorama general que no se nos presenta de forma evidente hasta las últimas páginas del libro. Al mismo tiempo, hacia el final del libro uno tiene la impresión de que el autor ha abandonado a muchos de los personajes por el camino. ¿Qué pasó con los enamorados Salman y Nura? ¿Qué hubo de aquel frutero gordo que pretendía a Nura, o del novio del dueño del café, con su impresionante musculatura y sus celos de niña pequeña? No sabemos, y no sabremos, porque en los compases finales de la novela todo eso ya no importa: ahora el foco de atención se ha distanciado de los individuos e incide en el conjunto de la historia, de camino hacia el gran final.

Por eso digo que la novela tiene un estilo muy damasceno: porque esta forma de escribir de Schami es como la técnica del damasquinado. Cada detalle del adorno se define con absoluta nitidez, con el debido tiempo, esfuerzo y dedicación, pero cuando uno aprecia el conjunto de la obra, los detalles se pierden. Del mismo modo, El secreto del calígrafo está repleto de pequeñas historias que merece la pena leer y releer cinco, diez veces, historias intensas y emotivas, capaces de provocar la risa y el llanto. Uno termina un capítulo y quiere más, más y más, pero como digo, a medida que uno se acerca a las últimas páginas, las estampas costumbristas decaen y surge algo grande, importante, colectivo, que toma el control de la narración, una maquinación que trasciende los barrios antiguos de Damasco y enlaza incluso con la historia reciente de Siria, su independencia y la accidentada sucesión de sus primeros presidentes.

Este libro de Schami ha sido una excelente experiencia. Es una de esas novelas que abre los ojos y anima tanto a escribir como a vivir. La verdad es que yo nunca pondría un plato damasquinado de adorno en mi casa, pero sí soy capaz de pasarme horas y horas observando la labor del artesano. No sé si me explico...

(La deformación profesional me obliga a decir que, durante la lectura, me ha fastidiado un poco la falta de coherencia del traductor en lo referente a las re-transcripciones de vocablos árabes. Es obvio que Schami usa el sistema alemán al escribir porque lo usa incluso en su apellido: "Schami", que por cierto significa "natural de Sham". Ese apellido daría "Shami" en transcripción española. Se ve que el traductor hace un esfuerzo consciente por adaptar los muchísimos nombres propios de la historia del sistema alemán al español, pero se olvida o se equivoca con más frecuencia de la que me habría gustado. El editor, quizá, debería haberse dado cuenta de esas incongruencias (aunque solo sea porque hay personajes que figuran con dos nombres distintos, uno al estilo alemán y otro al estilo español). Reconozco que es una crítica un poco absurda porque a la inmensa mayoría de los lectores españoles les importará un pimiento, pero en fin, yo lo he notado y tenía que decirlo. Se ve que ya soy demasiado maniático para leer traducciones.)

miércoles, 26 de junio de 2013

La masacre vista por dentro

Paseando por las noticias del mundo me topé el otro día con este artículo de Henry Barnes (en inglés), cuya lectura recomiendo encarecidamente a mis millones de seguidores y, en particular, a mis admirados Tiburcio Samsa y Juan de Juan porque sé que la temática del artículo cae más o menos en el mismísimo centro de sus radares, sobre todo en el de Tiburcio.

En pocas palabras, Barnes relata cómo el director de cine Joshua Oppenheimer viajó a Indonesia para filmar un documental sobre la masacre de 1965-1966, que marcó la transición de un estado comunista al actual estado islámico y se saldó, según los analistas, con medio millón de muertos. Oppenheimer explica al periodista cómo, a lo largo de la filmación, fue conociendo en profundidad a varios genocidas, uno de los cuales, Anwar Congo, alardea de haberse ventilado él solito a más de mil personas. Poco a poco el director se fue haciendo amigo de estos personajes y, terminada la filmación, se marchó de Indonesia pero mantuvo el contacto por correo electrónico y dice tener hasta hoy un afecto especial por ellos.

Esta interacción, comprensible en términos generales, contrasta de manera bestial con la narración del genocidio y con las escenas concretas que se describen también en el artículo ("One scene imagines the daughter of one of Anwar's victims force-feeding him his own liver"). En la reconstrucción de esas escenas, los asesinos hacen de ellos mismos, y el periodista explica cómo en muchas ocasiones contaban chistes y les daba la risa durante la filmación. Según el periodista, esos chistes y esa risa, igual que el alcohol que bebe y la marihuana que fuma, no son gratuitos: Anwar dice que tiene pesadillas y que con los chistes procura que su vida sea más llevadera. Lo que hace es recordar, celebrar y ensalzar la masacre porque de esa manera no tienen que justificarla, no tiene que mirar en su interior y plantear las obvias cuestiones éticas que conlleva.

En muchos intercambios de correos con Tiburcio y Juan hemos tratado este asunto, el asunto de los supuestos monstruos, el asunto de "los buenos y los malos" y del mundo blanco y negro, tan cómodo y tan afecto a los gustos del imperio estadounidense. La experiencia de Oppenheimer con los genocidas indonesios demuestra cuán lejos de la realidad está esa forma de pensar que, por desgracia, se nos ha impuesto desde hace décadas. Los supuestos monstruos son parte de la humanidad, nos guste o no, y con honrosas excepciones patológicas (que Hollywood nos vende como si fueran normativas), tienen un aspecto de lo más normal, incluso afable y campechano, como Anwar Congo.


martes, 25 de junio de 2013

Palestinos atrapados

Ya he explicado en esta entrada que hace unos meses fui a la presentación del libro Out of it, de Selma Dabbagh. También dije que lo leí de un tirón y añado ahora que la narración es fluida y fácil, que la trama es sencilla y que lo mejor del libro es la nueva perspectiva que da a la situación de Palestina, a saber, la situación de una familia que vive en Gaza y cuyos miembros no encajan (al menos no del todo) en ninguno de los estereotipos que hemos ido construyendo durante tantas y tantas décadas sobre el conflicto palestino-israelí. La humanidad y la verosimilitud de los personajes es lo que hace de esta novela algo muy especial.

El hermano mayor de esta familia perdió las piernas en un "asesinato selectivo" israelí. Por este motivo, y ante la falta casi total de servicios para discapacitados en Gaza, está condenado a vivir en el piso superior de la vivienda familiar. Desde allí, con un ordenador viejo y una errática conexión a Internet, se dedica a recopilar datos sobre la situación de Gaza y enviarlos a organizaciones no gubernamentales de derechos humanos que actúan desde el extranjero. El hermano menor ayuda en estas tareas, pero no siente ningún compromiso con la lucha política o armada. Su prioridad es vivir una vida tranquila y cuidar de Gloria, su flamante planta de marihuana. La hermana pasa por una época de crisis existencial y no tiene claro lo que debe hacer: ¿participar en los grupos de apoyo, salir de allí, despreocuparse como su hermano pequeño? Por último, la madre, mujer laboriosa y taciturna, mira con desdén a todo el mundo y apenas abre la boca excepto para cuestiones de organización de la casa.

El padre fue, hace ya tiempo, dirigente de la Organización de Liberación de Palestina pero renunció a su cargo por motivos que hasta sus hijos desconocen y vive exiliado voluntariamente en uno de los países del golfo. No quiere volver, pero desde su privilegiado exilio envía dinero a la familia y, de vez en cuando, les facilita salvoconductos para viajar a Londres y demás partes del mundo. Gracias al padre, en el contexto general de Gaza esta familia se cuenta entre las privilegiadas y, pese a la situación imperante, no les falta de nada.

Al principio de la novela, un bombardeo israelí desencadena una serie de acontecimientos que afectan a esta familia. En los días posteriores al bombardeo, el hermano menor (el despreocupado) consigue, por medio de una de las ONG con las que colabora, un visado para una estancia de varios meses en Londres. Por su parte, la hermana decide ir a visitar a su padre. Pronto se siente atrapada en la artificiosidad y el boato del país petrolero y busca a su hermano en Londres. Allí los dos procuran vivir "out of it", es decir, fuera de todo aquello que significa Palestina. Tratan de distanciarse, tratan de ser uno más.

Pronto se darán cuenta de que es imposible: Palestina los persigue, la llevan puesta. En todas las conversaciones, cuando alguien les pregunta "de dónde eres", ellos sienten de repente todo el peso del conflicto árabe-israelí sobre sus hombros. Suspiran y dicen "de Gaza", y aguantan el chorreo que se desencadena de forma invariable, cargado de ideología, política, estereotipos, consejos, paternalismo y muchas otras cosas. Aprenden así que no hay manera de estar "out of it" y que, pese a no llevar marcas de ninguna clase, los palestinos llevan consigo el estigma del conflicto, de la discusión y del desacuerdo. (Igual que los israelíes, añado yo de mi cosecha.)

La historia tiene mucho más que esto. Es también un retrato de cómo funciona internamente la sociedad palestina de Gaza, y de cómo piensan, actúan y reaccionan tanto los palestinos que viven fuera de su país como quienes colaboran con la causa palestina. Dabbagh no deja títere con cabeza y plantea con toda crudeza ciertas situaciones reales, y muy tristes, que dificultan, bloquean y hasta destruyen casi todas las iniciativas internas e internacionales por abordar este problema de una forma racional y eficiente.

Como abogada que es, Dabbagh demuestra tener excelentes dotes para observar y analizar la naturaleza humana y las relaciones interpersonales. Esta es, quizá, la mejor parte de esta primera novela suya, que merecería tener mucho más relieve del que ha tenido hasta ahora.

domingo, 16 de junio de 2013

Nunca digas de esta agua no beberé

Hace ya unos años hice un voto, por lo demás poco solemne, de no volver a comprar libros, por dos razones. La primera es que la ciudad en la que vivo tiene unas bibliotecas públicas que harían enrojecer de envidia a cualquier bibliotecario de universidad, con unos fondos y unas salas de lectura para levantar la boina, un procedimiento de préstamos eficiente y rápido y un sistema de intercambios interbibliotecarios como yo no había visto jamás. De hecho, en lugar de gastar dinero en libros, lo que hago es donar dinero todos los años a las bibliotecas públicas. Así compro libros (y salas de lectura, y muchas cosas más) no solo para mí, sino para todos.

La segunda razón es que mis muy acaudalados y desapegados vecinos tienen la excelente costumbre de elegir de vez en cuando un grupo de libros que ya no les interesan y dejarlos sobre los escalones de acceso a sus casas. No hace falta siquiera poner un cartel que diga "gratis" ni nada por el estilo: en este barrio, el arreglo tácito es que, si te encuentras libros en la calle, son para ti, si los quieres.

Con semejante abundancia, y con semejante generosidad, he ido perdiendo el gusto por poseer físicamente el libro y me he habituado a sacarlos de la biblioteca, cuando quiero algo específico, o rebuscar en las cajas y las pilas que encuentro por la calle cuando no tengo nada en mente. De hecho, entre los que me regalan y los que voy encontrando por la calle, tengo muchos más libros de los que puedo leer, y no se trata precisamente de manuales de autoayuda y superación: el libro de viajes de Steinbeck que he reseñado en este blog estaba por ahí tirado, a la espera de que alguien se interesara por él. También he encontrado, entre los clásicos, una edición especial de East of Eden del mismo autor, un Conrad, un Hemingway y dos Dostoyevskis. Entre los modernos podría citar una novela reciente de Zadie Smith, el primero de los de Stieg Larsson, un Pamuk y un Rushdie.

La última adición a esta colección interminable, que al tiempo es un poco agobiante porque no se acaba nunca, es la historia de un piloto francés llamado Franklin Devaux que, al parecer, recorre el mundo en un hidroavión (en concreto, este hermoso Consolidated PBY-5 Catalina) y, en pocas palabras, está enamorado de su avión. El libro es la versión original francesa. Así son las cosas por estos rumbos: uno se encuentra tiradas en la calle auténticas joyas, para quien quiera o pueda apreciarlas, por supuesto. Ya escribiré sobre el libro cuando lo lea (de momento solo he visto las tapas, la introducción y las fotos).

Un buen amigo y gran lector me dijo hace tiempo que leer sin rumbo no lleva a ninguna parte, y me animó a seguir un orden lógico que me ayudara a estructurar mi sensibilidad literaria. Tenía toda la razón, y su formación académica me tentaba y me tienta, pero no me convence, probablemente porque, con una sola excepción, nunca he querido llegar a ninguna parte con mis lecturas. Aun así, guardo su consejo de dejarme asesorar en materia literaria y quizá en otra vida me dedique a cultivar una cultura literaria comme il faut, en lugar de estos flecos que voy dejando, o recogiendo, por ahí.

Lo que quería contar, en todo caso, es que hace poco tiempo rompí ese voto y compré un libro. Fue una excepción: unos amigos me invitaron a la presentación de la primera novela de una amiga suya, medio inglesa, medio palestina, en una de las librerías del barrio. Fui a la presentación, me llamó la atención la historia y, ya que tenía allí a la autora, Selma Dabbagh, decidí hacerme con un ejemplar firmado. Total, no era tan caro.

El libro, que se titula Out of it, aterrizó en la pila de los "pendientes de lectura" y ahí durmió el sueño de los justos, con todos los huérfanos recogidos de la calle, hasta abril. Entonces lo leí de un tirón y con mucho interés, no tanto por su valor literario como por su peculiar contenido. Ya escribiré luego sobre él.