jueves, 23 de diciembre de 2010

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Permítame que lo prevenga, joven

Ayer iba por la calle pensando en una idea estupenda para un post. Recuerdo nítidamente el entusiasmo que sentía, pero no soy capaz de reconstruir la idea estupenda. Ahora abro el blog, me dispongo a crear mi post y me encuentro con las neuronas vacías.

Puedo interpretar este acontecimiento de muchas maneras.

Pero no tengo ganas.

Mientras tanto, aprovecho para anotar aquí que en el prólogo de Vicente Blasco Ibánez a Los cuatro jinetes del apocalipsis, novela que no había leído hasta ahora y sobre la que se está pergeñando un post de padre y muy señor mío, el autor explica cómo los alemanes de la época ya manejaban con soltura el concepto de guerra preventiva, popularizado casi cien años después por el clan Bush-Blair-Bigotes. La diferencia, para mi gusto, es que en la primera guerra mundial había un entusiasmo por la conquista, la muerte y la destrucción que no están presentes en nuestros días. Todas las guerras son una basura, todas sin excepción, pero las de hoy, que no se declaran (porque conlleva obligaciones jurídicas) y que no empiezan ni acaban jamás (porque la declaración de victoria o derrota implica también mucho trabajo), tienen rasgos aún más sórdidos, oscuros y maléficos, si cabe, que las de antaño.

Le señalé el pasaje en el que Blasco Ibáñez habla de la guerra preventiva a un amigo. Como no conocía el libro, le expliqué que su autor lo había escrito en 1916 entre Argentina, España y Francia y se refería a las doctrinas de Alemania ante la primera guerra mundial. Este amigo, sefardí nacido en Grecia y criado en varios países del mediterráneo oriental antes de aterrizar en los Estados Unidos, torció el gesto inmediatamente. Le amargué el día. Me dijo que el concepto de guerra preventiva es tan antiguo como el ser humano, que se ha usado en todas las épocas y que por supuesto se seguirá usando (dispara primero y pregunta después, por si acaso). Tiene razón. Como miembro de una minoría olvidada, él ha padecido los efectos de varias guerras preventivas. Lo que pasa es que la historia se repite. Quienes no la conocemos, o quienes tenemos una cultura lacustre, como dijo cierto personaje de ficción, compramos conceptos añejos como si fueran nuevos. Un día alguien nos explica el engaño, o nos topamos con la explicación en un libro, pero ya es demasiado tarde.

Al hilo de esto último, uno ve la relevancia de explicar las cosas, de dejar por escrito una cantidad suficiente de testimonios para que a las generaciones futuras no les coloquen artículos anticuados con envoltorios de modernidad. Sobre todo cuando se trate de agresiones y vejaciones contra otros seres humanos.

Sigo leyendo a Blasco Ibáñez desde una trinchera que, por fortuna, queda muy lejos del Marne. Si llego a acordarme de lo que iba a escribir, lo escribiré. Entre tanto, este blog seguirá siendo tan lento y aburrido como siempre.

jueves, 2 de diciembre de 2010

La lucha

Dadas las circunstancias, cabe:

a) Dejarse caer, dejarse llevar, como hoja seca.
b) Tirar del carro con toda el alma, como antaño.
c) Seguir flotando en la grisura, como hasta ahora.
d) Hundirse y hundirse en el drama y el dilema.

El hecho de plantear alternativas, ya de por sí, elimina d). Y eso, aunque no lo parezca, es bastante.

Después, ya veremos. La lucha continúa.

(Bert Jansch - Angie)