miércoles, 26 de junio de 2013

La masacre vista por dentro

Paseando por las noticias del mundo me topé el otro día con este artículo de Henry Barnes (en inglés), cuya lectura recomiendo encarecidamente a mis millones de seguidores y, en particular, a mis admirados Tiburcio Samsa y Juan de Juan porque sé que la temática del artículo cae más o menos en el mismísimo centro de sus radares, sobre todo en el de Tiburcio.

En pocas palabras, Barnes relata cómo el director de cine Joshua Oppenheimer viajó a Indonesia para filmar un documental sobre la masacre de 1965-1966, que marcó la transición de un estado comunista al actual estado islámico y se saldó, según los analistas, con medio millón de muertos. Oppenheimer explica al periodista cómo, a lo largo de la filmación, fue conociendo en profundidad a varios genocidas, uno de los cuales, Anwar Congo, alardea de haberse ventilado él solito a más de mil personas. Poco a poco el director se fue haciendo amigo de estos personajes y, terminada la filmación, se marchó de Indonesia pero mantuvo el contacto por correo electrónico y dice tener hasta hoy un afecto especial por ellos.

Esta interacción, comprensible en términos generales, contrasta de manera bestial con la narración del genocidio y con las escenas concretas que se describen también en el artículo ("One scene imagines the daughter of one of Anwar's victims force-feeding him his own liver"). En la reconstrucción de esas escenas, los asesinos hacen de ellos mismos, y el periodista explica cómo en muchas ocasiones contaban chistes y les daba la risa durante la filmación. Según el periodista, esos chistes y esa risa, igual que el alcohol que bebe y la marihuana que fuma, no son gratuitos: Anwar dice que tiene pesadillas y que con los chistes procura que su vida sea más llevadera. Lo que hace es recordar, celebrar y ensalzar la masacre porque de esa manera no tienen que justificarla, no tiene que mirar en su interior y plantear las obvias cuestiones éticas que conlleva.

En muchos intercambios de correos con Tiburcio y Juan hemos tratado este asunto, el asunto de los supuestos monstruos, el asunto de "los buenos y los malos" y del mundo blanco y negro, tan cómodo y tan afecto a los gustos del imperio estadounidense. La experiencia de Oppenheimer con los genocidas indonesios demuestra cuán lejos de la realidad está esa forma de pensar que, por desgracia, se nos ha impuesto desde hace décadas. Los supuestos monstruos son parte de la humanidad, nos guste o no, y con honrosas excepciones patológicas (que Hollywood nos vende como si fueran normativas), tienen un aspecto de lo más normal, incluso afable y campechano, como Anwar Congo.


4 comentarios:

  1. Entre las muchas entradas que tengo pendientes de escribir, hay una sobre los genocidios asiáticos en el siglo XX, que ha habido para aburrir. El de los comunistas indonesios de 1965 tendrá un lugar de honor en la entrada.

    Siempre he criticado que se intente presentar a Hitler, a Stalin o a Pol Pot como la encarnación del mal. El mal es un concepto metafísico. Si Hitler, Stalin y Pol Pot son la encarnación del mal, resulta imposible entenderlos como personas y comprender cuáles eran los resortes que los hacían funcionar.

    También me parece importante distinguir entre un Eichmann y un Hitler. Eichmann era un mandado, un burócrata, un hombre manipulado que acaba pensando que matar a otros seres humanos es un trabajo como otro cualquiera. Eichmann es como el 90% de nosotros. Me interesan más los Hitler, Stalin y Pol Pot, ese 5% capaz de convertir al 90% de burócratas aburridos en asesinos.

    Y aún mejor sería conocer a esos Gandhi o Primo Levi, que nunca generarían un genocidio ni se dejarían arrastrar por la marea para convertirse en gestores del genocidio, sino que mantendrían su individualidad. Soy tan optimista que quiero creer que hay un 5% de seres humanos que, llegado el momento, serían capaces de mantener una posición moral y no contribuir al genocidio de ninguna manera.

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  2. Me temo que yo no soy tan optimista.

    El genocida, tal y como yo lo veo, es un gestor de procesos. O, si se prefiere, un pez. Los peces, o los mamíferos marinos, viven en el agua. Sin agua, se mueren. Parece una tontería, pero lo cierto es que la única forma de que un tiburón te arranque una pierna de un mordisco es que existan océanos.

    En los últimos tiempos me están interesando mucho los procesos de aquiescencia muda. Esos procesos en los cuales un colectivo, una sociedad por ejemplo, deja hacer, o deja no hacer. Ni teoría es que la resistencia al genocidio no está en que exista un 5% de valientes que se la jueguen; sino que no exista aquiescencia muda al proceso genocida.

    Esto supondría que, metodológicamente hablando, tendríamos que dejar de hablar sólo de los genocidios que fueron, sino también de los que no fueron. Procesos protogenocidas que luego se quedaron en nada porque sus impulsores, sus líderes, se encontraron con que no contaban con la aquiescencia muda de los suyos.

    Ahí lo dejo.

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  3. JdJ me ha gustado mucho tu comentario. He leído mucho más sobre genocidios que ocurrieron que sobre genocidios que se evitaron. Me gustaría que desarrollaras un poco más la cuestión de la aquiescencia muda y de los genocidios que fueron abortados.

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  4. En "The plot against America", Philip Roth escribe la historia (de ficción) del protogenocido nazi americano impulsado por Charles Lindbergh, del que se dice que fue admirador del Führer y el 3er Reich. Es una novela tan verosímil que da miedo, y está ambientada aquí mismo, al otro lado del río Hudson, en una de las comunidades judías de Nueva Jersey.

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