lunes, 30 de septiembre de 2013

Dos Passos, Hemingway y una forma muy rara de escribir la historia



Este verano, mi asesora de lectura veraniega me planteó un nuevo reto. En lugar de leer una novela, propuso un libro de historia sobre dos escritores, a saber, John Dos Passos y Ernest Hemingway. Acepté el reto y me lo zampé, de lo cual me alegro mucho, a pesar de todos los pesares que, por supuesto, enumero más adelante.

El libro en cuestión se titula La ruptura: Hemingway, Dos Passos y el asesinato de José Robles. El autor es Stephen Koch. La premisa básica que plantea es la siguiente: en los años treinta, Ernest Hemingway y John Dos Passos, dos famosos escritores y periodistas estadounidenses, comparten no solo la profesión, sino una gran amistad personal y también una pasión muy concreta: España. En los primeros meses de la guerra civil, el misterioso asesinato de un amigo común, José Robles, hace aflorar sus diferencias políticas y destruye para siempre su amistad.

Robles, exiliado político español, era profesor de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y traductor al español de Dos Passos y Sinclair Lewis. Al inicio de la guerra civil, acepta un cargo político-militar en el gobierno de la república. Meses después es secuestrado en su casa de Valencia y desaparece para siempre. Se supone que una milicia no identificada lo arrestó y lo ejecutó, pero nunca se ha sabido exactamente quién componía esa milicia y qué motivos tenía para ejecutarlo. Cuando los dos escritores supieron que había sido asesinados, Hemingway aceptó el hecho afirmando que en una guerra suceden esas cosas (lo que hoy día llamaríamos “efectos colaterales”), mientras que Dos Passos se indignó ante lo que consideró un asesinato más de las purgas estalinistas.

Una vez planteada esa premisa, Koch empieza a contarnos la vida de Hemingway y Dos Passos a partir de sus agradables estancias en París, unos años antes de que empezara el conflicto español. En la primera página, esos dos protagonistas se convierten en “Hem” y “Dos”, respectivamente, porque según el autor esos eran los apelativos cariñosos que usaban sus allegados. Es posible que Koch, después de tantos metido entre sus papeles, se considere allegado de los dos, pero esa decisión inicial anticipa una tendencia general del libro: nos vamos a meter de cabeza en la vida íntima de Dos Passos y Hemingway.

Koch no describe, sino que novela, y con maestría, la vida de los escritores y de su entorno personal y profesional antes, durante y después de la guerra civil española. Cuando reconstruye escenas y diálogos concretos, uno tiene la sensación de estar allí delante, a escasos metros de aquellas grandes figuras históricas, en los escenarios míticos de Madrid, Valencia, Barcelona, Florida, Nueva York y París durante los años treinta. Koch es un excelente narrador y sabe cómo atrapar al lector en una atmósfera realista y verosímil.

El problema es que el mismo autor alega que este libro es de carácter científico y estrictamente histórico. El aparato crítico que lo acompaña es, en efecto, formidable pero entonces cabe preguntarse cómo es posible, desde esa perspectiva estrictamente histórica, reconstruir todos esos diálogos personales, a veces íntimos; cómo se puede revivir cada escena y describir incluso los movimientos de los personajes por la habitación de un hotel, como quien se refiere a un movimiento de tropas (debidamente documentado) durante una batalla.

La respuesta es que Koch utiliza su espléndida técnica narrativa para presentar los hechos más llamativos, los que mejor sustentan sus hipótesis. En ocasiones, la estructura de este libro me ha recordado la clásica estructura descriptiva-narrativa de los reportajes seudocientíficos que han inundado las cadenas de televisión de todo el mundo y que gozan de una enorme popularidad: primero se plantea una premisa sorprendente o llamativa (“¡tiburones asesinos!”, “¡los misterios del zigurat perdido!”). Después se alimentan las expectativas de los espectadores con una buena dosis de datos circunstanciales, normalmente mezcla de creencias populares y datos científicos comprobados. Esto se adereza con varios casos reales (entrevistas y grabación sobre el terreno) que tengan que ver con el tema de que se trate, aunque sea tangencialmente. Por último, se suele llegar a la conclusión de que el misterio o el peligro siguen ahí, con lo cual las expectativas de los espectadores quedan intactas. 

No quiero decir con esto que Koch sea tan superficial como lo son, en general, esos reportajes, ni que utilice datos seudocientíficos. Lo que pretendo decir es que utiliza esa misma estructura, pero tenemos la inmensa suerte de que los datos circunstanciales y los casos reales, numerosísimos y variadísimos en este libro, están narrados con un estilo atractivo e impecable. Si uno se olvida del rigor científico y de la necesaria relación causa-efecto, el libro es una auténtica joya, un mosaico de anécdotas sobre Hemingway (sobre todo), Dos Passos (no tanto) y la guerra civil española que llega a emocionar.

Ahora bien, si uno pretende llegar a alguna parte en el ámbito científico-histórico, este libro puede resultar exasperante. En no pocas ocasiones el autor desestima la información de sus fuentes con argumentos indemostrables que van muy bien con la premisa inicial pero no tanto con el rigor investigador. Me refiero a las numerosas veces en las que, después de aludir a una cita histórica o a un extracto de una carta, opina que lo que decía el personaje en cuestión no coincidía con lo que en realidad pensaba, o que disimulaba o mentía. El uso interesado de las citas también es preocupante, puesto que indica cierto sesgo que puede afectar no solo al anecdotario que sustenta las hipótesis principales del libro, sino también a esas hipótesis propiamente dichas. Por ejemplo, en la página 69 dice (cito la traducción de Nuria Barroso, que es la que pude leer):

“Puedes escribir tan bien que me da miedo”, se regocijaba Hem en una carta a Dos tras leer 1919, y era cierto; párrafo tras párrafo, Dos Passos escribía tan bien o incluso mejor que cualquier escritor de su época.

Uno entiende que aquí el autor quiere poner de relieve cierto grado de competencia o envidia (probablemente sana) entre los autores. No tiene nada de particular. Ahora bien, en cuanto la leí, tuve la sensación de que ya la había leído. Retrocedí un poco y, en efecto, encontré la cita completa veinte páginas más atrás, pero en un contexto totalmente diferente:

“Puedes escribir tan bien que me da miedo que te pase algo.”

La cita de la página 69 está cortada y sacada de contexto, porque a Hemingway no le da miedo la calidad literaria de Dos Passos, sino la posibilidad de que deje de escribir por algún motivo y se pierda ese talento. ¿Es aceptable usar la misma cita, recortada a voluntad, para ilustrar dos ideas distintas? A mí me parece que no. Este es el tipo de cosas por las que el libro de Koch huele un poco a chamusquina.

Se queda uno, pues, con la impresión de que en realidad el autor quería escribir una novela, no un libro de investigación. Tiene un montón de historias que contar, tiene un estilo narrativo excelente y quiere que los hechos históricos avalen a toda costa su versión de los hechos, para lo cual va eligiendo los que le conviene y apartando o ajustando los que no. La labor de investigación, que en efecto es ingente (basta echar un vistazo por encima a la bibliografía y las notas) queda así algo deslucida por la actitud selectiva que adopta Koch para que ninguna de sus ideas sufra batacazos en ningún momento.

Este peculiar rasgo del libro se torna muy evidente cuando Koch habla de los dos escritores, sus personalidades y sus ideas políticas. Uno se lleva la impresión de que el autor conoce a Hemingway y a Dos Passos mejor que sus madres. Al tratarlos con esa familiaridad, lo que hace es dejar a la vista de los lectores sus propias afinidades, fobias y manías, con toda seguridad han ido aflorando durante todos esos años de investigación y búsqueda de datos. Hemingway es, para Koch, un personaje hedonista y egocéntrico con una necesidad compulsiva de éxito y reconocimiento, un tipo más o menos descerebrado e influenciable de cuya vanidad se valieron diversas fuerzas políticas para promoverse y hacerse publicidad. Hemingway es, sin duda, la obsesión de Koch, mientras que Dos Passos representa un papel secundario en el libro y sirve sobre todo para contrastar sus actitudes, siempre moderadas y reflexivas, con las de su amigo, a menudo impulsivas y desatinadas. 

En la parte política tenemos una estructura similar: todo lo que, de una u otra manera, tiene su origen o inspiración en la Unión Soviética y el Frente Popular es sinónimo de conspiración, maldad, fracaso, traición y muerte. Según Koch, es la Unión Soviética (o más bien la tendencia estalinista de la Unión Soviética) la que asesina a José Robles por saber demasiado; es la Unión Soviética la que se aprovecha de los dos escritores y acaba por enemistarlos; es la Unión Soviética, de hecho, la culpable de que la guerra civil española fuera como fue. En contraste, Franco y las tropas sublevadas solo aparecen en el libro como aparecería un huracán o un terremoto, es decir, como un factor políticamente neutro que se limitaba a estar allí y a avanzar inexorablemente hacia el otro bando. La influencia política de las otras potencias, incluidas la de los Estados Unidos, el Reino Unido y las fuerzas fascistas de Alemania e Italia, brilla por su ausencia: es como si no existieran.

En resumen, tengo la impresión de que este libro es un inmenso esfuerzo por demostrar las premisas iniciales. En ese esfuerzo, la obra gana en lo literario, pero pierde en rigor histórico porque el autor va etiquetando a todos los personajes y valorando todos los hechos. Así, niega al lector la posibilidad de juzgar libremente y extraer sus propias conclusiones sobre los procesos que no están claros o sobre los que no hay información suficiente. Además, al construir personajes casi literarios en lugar de describir los actos y los dichos de los personajes históricos, predispone al lector y lo obliga a ver a Hemingway y a Dos Passos a través de sus ojos.

Al cerrar el libro, me quedé con la impresión de que Koch debería haber escrito una novela en lugar de un análisis histórico. Bastaría con haber explicado a los lectores que la obra se basaba en datos históricos pero que, a fin de cuentas, lo que le importaba era exponer sus ideas y sentimientos respecto de Ernest Hemingway, sus obras y su tiempo. De esa manera, esas ideas, sentimientos y convicciones no habrían chocado con los datos contrastables y habría podido caracterizado a sus personajes como le hubiera dado la gana (que es lo que ha hecho, a fin de cuentas). En una historia novelada, y con otro título, uno comprendería mejor, entre otras cosas, por qué en la segunda mitad el libro se convierte en una detalladísima biografía de Ernest Hemingway que se aleja cada vez más de la guerra civil española, de John Dos Passos, del asesinato de José Robles y de todo lo demás hasta el punto de culminar, 22 años después del fin de la contienda española y 24 después de ese asesinato, con el suicidio del escritor.

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