viernes, 3 de junio de 2016

Teherán está lleno de Lolitas (3)

Como explicaba en el post anterior, en “Reading Lolita in Tehran” Azar Nafisi mezcla cuatro ingredientes continuamente. Simplificando mucho, podríamos decir que son la imposición de una forma de vida artificial, la muerte de los ideales a manos de la realidad, el sufrimiento como mal hábito y la necesidad de usar la imaginación para huir de una vida represiva y demoledora. Esta mezcla se hace más intensa en el último capítulo, cuando los acontecimientos parecen forzar a la autora a tomar una decisión radical respecto de su situación en Teherán.

En varios momentos del libro, cuando las cuestiones éticas o filosóficas la abruman, la profesora consulta a un amigo al que llama my magician. No podemos saber si este personaje es real o ficticio, aunque la autora afirma que en su libro no hay más ficción que la literatura que propone leer. Sea real o inventado, este hombre es un puntal de la narración y, en mi opinión, es el más conseguido de todos. Comparte con ella la pasión por la literatura y las ideas de libertad y democracia. También es una especie de consejero espiritual con el que comenta sus alegrías y frustraciones. No pueden hablar sin más, puesto que no es su marido y está prohibido que las mujeres hablen solas con hombres que no sean de su familia. Por lo tanto, se encuentran en un café y hacen creer que están casados, o que son hermanos, o algo por el estilo.

En una ocasión, ella le plantea que se siente dividida entre seguir luchando contra las imposiciones absurdas del régimen con sus pequeñas rebeldías, como las clases a domicilio, o dejar la docencia por completo porque no quiere colaborar con el régimen de ninguna de las maneras. He aquí lo que le dice su “mago”:

–Pero claro –se burló–, la dama que no para de alardear de lo mucho que le gustan Nabokov y Hammett me dice ahora que no deberíamos hacer lo que nos gusta. ¡Eso sí que me parece inmoral! Así que ahora tú también te unes a las masas –dijo más serio–. Lo que has absorbido de esta cultura es que todo lo que nos da placer es malo, y es inmoral. Tú eres muy moral si te quedas sentada en casa, mano sobre mano. Si lo que quieres es que te diga que tienes el deber de enseñar, te has equivocado de persona. No te lo voy a decir. Lo que te digo es que enseñes porque te gusta: porque rezongarás menos en casa, porque serás mejor persona y porque probablemente tus alumnos también se divertirán y hasta puede que aprendan algo. (Traducción mía.)

Así aborda el mago el dilema constante de la moralidad: agarrando el toro por los cuernos. Si uno hace (o deja de hacer) lo que tiene que hacer por lo que pueda pasar con los factores externos, el resultado siempre será insatisfactorio porque no controlamos esos factores externos. Entonces, ¿estoy colaborando o no con el statu quo? ¿Qué pasará conmigo? ¿Qué pasará con los que me rodean? No hay más remedio que ser consecuentes e intentarlo, o seguir rezongando. Creo que estas situaciones se nos plantean muy a menudo en la vida, y que en este libro Azar Nafisi se encuentra con un problemón existencial que le cuesta mucho superar. El mago la orienta, pero se niega a darle la solución, que al final toma ella sola.

Algún tiempo después, en otra conversación clandestina, los cuatro temas del libro se entremezclan de una forma muy interesante:

–¿Pero no te das cuenta [le dice la autora al mago] de que al intentar que ellas [las chicas que van a las clases] entiendan esto, podría hacerles más daño que beneficio? –dije, quizá de forma bastante dramática–. O sea, que al estar conmigo y escuchar mis experiencias, van creando esta imagen acrítica, luminosa del otro mundo, de Occidente... Yo, no sé, yo creo que...

–Te refieres a que les has ayudado al crear una fantasía paralela –dijo–, una fantasía que va en contra de la fantasía en la que la República Islámica ha transformado nuestras vidas.

–¡Sí, sí! –dije, emocionada.

–Bueno, para empezar, no todo es culpa tuya. No hay quien pueda vivir y sobrevivir a este mundo de fantasía. Todos necesitamos crear un paraíso para escaparnos. Y además –añadió–, sí que puedes hacer algo.

–Ah, ¿sí? –pregunté con interés [...].

–Pues sí, y de hecho ya lo estás haciendo en esas clases, si no las echas a perder. Haz lo que hacen todos los poetas con sus reyes-filósofos. No tienes que crear una fantasía paralela de Occidente. Dales a esas chicas lo mejor que puede ofrecer ese otro mundo: dales ficción pura. ¡Devuélveles la imaginación!” –concluyó triunfante, y me miró como si esperara una ovación con hurras y aplausos por sus sabios consejos–. Ya sabes que te vendría muy bien hacer lo que dices, para variar. Sigue el ejemplo de Jane Austen –dijo con un tono que me pareció algo así como munificencia paternalista–. Antes nos dabas la tabarra con que Austen hacía caso omiso de la política, no porque no tuviera ni idea, sino porque no permitía que la sociedad que la rodeaba engullera su trabajo, su imaginación. En aquellos tiempos, con el mundo enzarzado en las guerras napoleónicas, ella creó su propio mundo independiente, un mundo que tú, dos siglos más tarde, en la República Islámica del Irán, enseñas como ideal ficticio de democracia. ¿Te acuerdas de todas aquellas charlas tuyas de que la primera lección para luchar contra la tiranía era hacer lo que uno tiene que hacer y satisfacer la propia conciencia? –continuó pacientemente–. Hablas y hablas de espacios democráticos, de la necesidad de espacios personales y creativos. ¡Bueno, pues ponte a crearlos! Deja de rezongar y de dedicar toda tu energía a lo que dice o hace la República Islámica y empieza a concentrarte en tu Austen. (Traducción mía.)

El mago puede llegar a ser demoledor, pero nunca injusto. En realidad no dice más que lo que ella espera que le diga: haz en conciencia lo que tienes que hacer, no esperes que llegue alguien que lo haga por ti. Le da la empatía necesaria para seguir adelante y después desaparece.

El desenlace del libro, que no cuento por si acaso, es previsible, pero no por ello menos emocionante. Lo que empieza como una tranquila sesión de reflexión sobre una novela en el salón de una casa se convierte en toda una aventura. Nafisi dice en sus entrevistas que ella no se considera escritora, pero tiene muy buen estilo cuando se propone crear tensión narrativa.

Para concluir diré que este libro de Azar Nafisi, junto con su segundo volumen titulado “The republic of imagination” (del que seguramente hablaré en otro momento), me han hecho leer más literatura en estos dos últimos años que todos los profesores que he tenido juntos. La forma que tiene de analizar los estados mentales de los personajes, de sus interacciones y de sus sentimientos me ayuda a leer de otra manera y me anima a releer como no lo había hecho antes. Una gran maestra, sin duda.

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