lunes, 1 de abril de 2019

Sánchez Ferlosio, cuarenta años después

No me acuerdo del curso en el que nos tocó leer un extracto de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio, que murió esta madrugada en Madrid. Teníamos aquellos libros de lengua española organizados casi militarmente por Fernando Lázaro Carreter: lectura, lección de gramática, preguntas de comprensión de texto, preguntas de gramática, ejercicios. Todos iguales, todos los años. Veinte, treinta lecciones por curso, una detrás de otra. Mis compañeros odiaban aquellos libros. Yo, para la tercera o cuarta semana de clases, ya me había leído todos los textos del año. Ahí descubrí no solo a Sánchez Ferlosio, sino también a García Márquez, a Pérez Galdós, a Torrente Ballester y a muchos más.

Como digo, no me acuerdo en qué año me topé con ese extracto de Alfanhuí en el que el protagonista (un niño que también se llama Alfanhuí) baja al sótano de la casa de don Zana y encuentra una cueva por la que cuelgan las raíces del árbol que da hojas de colores. Recuerdo que fue uno de esos instantes en los que uno se siente sumergido por completo en el libro. Durante un rato, la conciencia se sumerge en la imagen de ficción, una imagen tan cargada de energía que hace desaparece toda la realidad circundante. Qué sensación tan fantástica (nunca mejor dicho).

Cuando terminé de leer pensé, además, que aquello no parecía un cuento de fantasía como los que yo leía en mis colecciones de Noguer y Alfaguara Juvenil. No, aquello tenía el peso y la consistencia de un libro de mayores, uno de esos libros "sin dibujos" a los que yo todavía no había hincado el diente. ¿Qué edad tendría entonces? ¿Diez, once, doce años? Recuerdo que fue una sorpresa enorme: en un libro de mayores podía haber una escena como esa, un niño mirando una caverna luminosa, las raíces del árbol colgando desde el techo y, en el suelo, los cuencos de tintes que suben con la savia y hacen que el árbol saque hojas de colores. Me llegó muy hondo. Me llegó tan hondo que un par de veces he intentado escribir una historia inspirada en esa imagen. Un poco más tétrica, es cierto, pero qué más da, la imaginación es para eso. Claro que yo nunca termino de escribir nada y esa variante de Alfanhuí jamás ha visto la luz. Aun así, cuarenta años después todavía siento un agradecimiento enorme por el autor que nos regaló esa imagen tan poderosa.

Sánchez Ferlosio escribió muchísimo. Su obra es inmensa, porque también tenía unos conocimientos y una lucidez inmensos. No es que yo haya leído toda esa obra, pero sí he leído artículos y entrevistas y me consta que tenía una forma de pensar muy particular y una cultura extensísima. Curiosamente, Javier Cercas, protagonista de mi post anterior, lo menciona como personaje de su novela Soldados de Salamina, lo cual no sorprende si se sabe que el protagonista de esa novela es su padre, Rafael Sánchez Mazas. Sánchez Ferlosio nació en Italia, y tuvo la doble nacionalidad italiana y española, porque en los años veinte su padre andaba por ese país, uniendo lazos. Uno de esos lazos lo unió a Liliana Ferlosio, la italiana que fue su esposa y madre del Rafael que murió hoy. También ató otros lazos, de naturaleza ideológica, con los fascistas italianos y con aquella corriente de pensamiento que luego trajo lo que trajo a toda Europa.

Decía antes que Sánchez Ferlosio escribió muchísimo, pero novelas solo escribió tres, y de esas he leído dos: la citada Alfanhuí y El Jarama. La segunda le valió el premio Nadal de 1955 y lo convirtió en un escritor famoso. Es la historia de una muerte accidental y de las reflexiones que esa muerte provoca en un grupo de jóvenes madrileños de los años cincuenta. Las dos obras me parecen magistrales, y lamento mucho que este autor no siguiera por el camino de la narrativa de ficción para regalarnos más momentos como los que pasé, de niño y de joven, con esos dos libros.

Ese escritor tan prolífico y tan famoso no publicó más que otra novela, la tercera, que se titula El testimonio de Yarfoz, de la que no sé nada. Desde muy pronto se especializó en el ensayo, género del que publicó una infinidad de obras. En 2004 le dieron el premio Cervantes y en 2009 el Premio Nacional de las Letras Españolas. No sé si habrá algún otro premiado de esas categorías con tan poquísima obra narrativa, puede que sí. Quizá debería buscar más obras suyas y leerlas, pero reconozco que cuando veo la temática de todos esos ensayos me cuesta un poco lanzarme. Quizás debido a mi cultura lacustre, la dosis de erudición que puedo aguantar a estas alturas de mi vida está muy mermada.

En fin, descanse usted en paz, don Rafael, y muchísimas gracias por dejarme (dejarnos) esas dos novelas fascinantes.

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