viernes, 4 de septiembre de 2009

La Biblia y yo

A qué viene eso de copiar ahí un capítulo del Eclesiastés, me pregunta uno de los muchos personajes imaginarios que rondan este blog.

Leyendo Estrella distante, la segunda novela de Roberto Bolaño, si no me equivoco, me topé con un piloto que dibujaba en los cielos de Concepción (Chile) los primeros versículos del Génesis, en latín. Hacía esto en 1973, mientras sobrevolaba uno de los muchos y muy concurridos centros de detención que los militares habían organizado en los días siguientes al golpe de estado.

Cuando acabé la novela, busqué la Biblia y leí el libro del Génesis. Me gusta leerlo de cuando en cuando por dos cosas: la primera, porque la descripción de la creación del mundo me parece hermosa; la segunda, porque ahí están casi todos los mitos ancestrales de nuestra sociedad: la respuesta al famoso "de dónde venimos", la base única e indivisible del árbol genealógico humano, la rivalidad atávica entre el bien y el mal, el pecado original como fuente de sufrimiento y motor de la redención, el concepto de paraíso perdido, la lucha fratricida, el premio y el castigo como métodos fundamentales de aprendizaje en el seno de una familia.

Pasé entonces a un libro de Bertrand Russell que se titula La conquista de la felicidad, que es como un libro de autoayuda, pero más serio y reflexivo. Hay que decir que ese libro tiene un gran inconveniente para quien quiera leerlo hoy, a saber, que su elemento de referencia es un hombre (no mujer) de clase media, de 1930 y de un país que ya por aquel entonces estaba en el escasísimo club de los países desarrollados. Hecha esa salvedad, da gusto leerlo: uno se siente identificado, se llena de empatía hasta las orejas y encuentra técnicas interesantes para encauzar ciertas sensaciones y emociones impertinentes. Cuando Russell describe lo que él llama el fastidio, y que podemos identificar en gran medida con ese sentimiento tan actual que es el hastío, o el tedio, acude a tres fuentes literarias antiguas que profundizan en el asunto. Una de ellas es el Eclesiastés, que Russell describe con gran acierto como la obra de un hombre cansado de probar todos los vicios posibles. Es inmensamente rico, lo ha hecho todo, lo ha experimentado todo, y se encuentra con que nada le satisface. No entraré en detalles pero, una vez más, al terminar el libro de Russell, abrí la Biblia y leí el libro del Eclesiastés, del que el mismo comentarista que organiza la Biblia que tengo en casa afirma que "su enseñanza es imperfecta". Pese a que representa otro de los temas clásicos de la literatura, el Eclesiastés me pareció un peñazo. Ahora bien, en el capítulo 12 encontré algo similar a lo que veo en el relato de la creación: una estética hermosa y un montón de elementos que me son conocidos, y no porque yo esté viejo ya (apenas), sino porque mis padres han entrado de lleno en esa etapa última de la vida y da la casualidad de que últimamente he pasado bastante tiempo con ellos, observándolos, escuchándolos e identificando poco a poco esos elementos de los que hablo.

De postre, y para que se vea la actualidad de los temas de la Biblia, mencionaré una novela titulada Night Train, del escritor británico Martin Amis, por la que me preguntó otro de mis personajes de ficción hace unos días. La novela trata, entre muchas cosas, de ese sentimiento de insatisfacción absoluta que refleja el autor del Eclesiastés. La diferencia es que en este caso se trata de una joven estadounidense, de facciones perfectas, cuerpo perfecto, inteligencia perfecta, carrera perfecta, familia perfecta, novio perfecto, ingresos perfectos, hábitos perfectos que, en cuestión de quince minutos, decide suicidarse. La diferencia es, pues, que esa joven carecía del espíritu dramático que al autor del Eclesiastés le sobraba, hasta el extremo de restregárnoslo en las narices hasta la nausea. Ella no: ella, cuando siente que nada le satisface, pese a que todo el mundo la considera perfecta en todas sus facetas, decide terminar, sin dramas.

Esto es solo el planteamiento de la novela; el resto es mucho más complejo y enjundioso y merece la pena. Por desgracia, la traducción al español que he ojeado por ahí es bastante mala, cosa comprensible porque es dificilísimo traducir un texto como ése sin perder información a carretadas, casi en cada párrafo.

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