Por recomendación de uno de mis personajes de ficción saqué el otro día de la biblioteca el primer libro de Jhumpa Lahiri, escritora estadounidense de ascendencia india que con esa primera publicación, Interpreter of maladies, ganó en el año 2000 nada más y nada menos que el premio Pulitzer, en su categoría Fiction. No me extraña que ganara: es un excelente libro que recomiendo a todo el mundo.
Se trata de una colección de narraciones breves ambientadas bien en Boston, bien en el sudeste de la India. Las que transcurren en Boston están protagonizadas por familias de ascendencia india, mientras que en las demás los personajes pueden ser indios propiamente dichos o bien turistas o visitantes de los Estados Unidos. En el relato que da título a la colección, una familia compuesta por un padre, una madre y dos niños pequeños visita la tierra de sus ancestros. Durante uno de los trayectos, el chófer y guía turístico les cuenta que su segundo empleo consiste en interpretar las conversaciones de un médico con sus pacientes. Del malentendido habitual que genera la palabra intérprete surge el nudo de la historia.
El estilo narrativo de Lahiri es pulcro, exacto y preciso. La estructura de sus narraciones es clásica: una historia principal en la que se van abriendo pequeñas grietas que dejan entrever una historia subyacente, mucho más interesante, y un descubrimiento o anagnórisis final, a modo de bomba atómica que alienta al lector a empezar de nuevo para verlo todo de nuevo, pero esta vez con el poder de ver más allá, de saber de antemano qué está pasando. Prácticamente todas las historias tienen un final triste, melancólico o decepcionante.
El tema es siempre el mismo: el conflicto personal, ya sea por un motivo ético, cultural o social. El contraste entre los hábitos sociales y familiares estadounidenses e indios está presente en casi todos los cuentos, excepto en A real Durwan, en el que todos los personajes son indios. En este, Lahiri consigue construir un personaje muy bien definido (Boori Ma, la mujer que barre la escalera de un edificio), pero resulta que el antagonista, a saber, el resto de los habitantes del edificio, se le queda un poco cojo y falto de fuerza, con lo que el pretendido contraste resulta demasiado melodramático. No explico más porque tendría que desvelar la historia, y este precisamente es un cuento que merece la pena.
La narrativa de Lahiri es tan exacta, tan precisa que no cuesta leer. Más bien dan ganas de seguir adelante y despachar el librito en una tarde, cosa más que posible porque no tiene muchas páginas. El inconveniente es el mismo: hay una evidente ausencia de pasión narrativa. Uno nota que todo está calculado al milímetro, tan pulcro como una casita a las afueras de Boston, con su madera pintada de blanco, su tejado rojo, su césped y su entrada de autos. Pongamos por ejemplo la forma en que la escritora describe la vestimenta de dos personajes extremos: la citada Boori Ma, que pertenece a una clase social levemente superior a la de los intocables, y Dev, un elegante estadounidense de origen indio, de buena familia y mejores ingresos, con un especial gusto por la ropa cara y los complementos prohibitivos. Cuando Lahiri tiene que enumerar las prendas que llevan puestas, lo hace de la misma manera: empezando por la cabeza y terminando por los zapatos, en una enumeración perfecta, con todas las palabras técnicas necesarias pero sin incluir juicio de valor alguno, sin dejar entrever más que el mero hecho de que cada una de esas dos personas está vestida de un modo determinado.
En una conversación con otro personaje de ficción salió la expresión "cuento de taller". Bueno, no pretendo decir que una escritora tan eficiente como Lahiri sea una escritora de taller literario, ni mucho menos, pero algo de eso hay. Uno tiene la sensación de que está leyendo un ejercicio. Un ejercicio perfecto, sin duda, un diez sobre diez, pero ejercicio al fin y al cabo.
Para terminar, cabe decir que las cuatro personas con las que he hablado de este libro recordaban el nombre de la autora, recordaban que el libro les había gustado mucho pero no eran capaces de poner en pie ninguna de las historias. Según yo iba recordándoles los personajes iban diciendo "ah, sí, eso", pero la memoria no había retenido nada especial. ¿Te acuerdas de aquellas casitas perfectas a las afueras de Boston? Sí. ¿Te acuerdas de una casita en concreto, aquella que tenía una ventana un poco más ancha que larga y una puerta de color verde? Pues no, cómo me voy a acordar, si eran todas igual de perfectas...
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