El impostor es el segundo libro que leo de Javier Cercas. El primero fue su famoso Soldados de Salamina, que me interesaba por razones estrictamente personales y familiares. ¿Por qué empecé a leer El impostor? No me acuerdo, pero ahora me alegro, porque ha sido una lectura muy instructiva, que además complementa la de Soldados y me ayuda a entender mejor a Cercas y, de paso, me ayuda a entenderme mejor a mí mismo. Voy a intentar resumir aquí lo que he aprendido.
Javier Cercas dice que El impostor es un libro que narra la historia de Enric Marco, un barcelonés que se hizo célebre, primero, durante la transición española como dirigente sindical de la CNT y, después, a principios del siglo XXI, como destacado representante de las víctimas españolas del nazismo. Ahora bien, su verdadero salto a la fama (la mala fama) fue en 2005, cuando se descubrió que ni había sido sindicalista, ni había luchado contra el franquismo, ni había sido prisionero de un campo de concentración nazi. Era lo que dice el título del libro: un impostor. Quien quiera más detalles puede leer la página de Wikipedia, la abundante literatura que hay sobre el tema o, incluso, el libro de Cercas, que tiene toda la información.
Al principio del libro lo que se describe es pura metaliteratura: el autor se pregunta angustiado, y pregunta a sus amigos, familiares y conocidos, ¿escribo el libro o no? ¿Escribo sobre Enric Marco? ¿No estaré justificándolo si lo hago? ¿No acabaré juzgándolo o reivindicándolo? Así, con esas preguntas, el libro se empieza a escribir solo. En el dilema de escribir o no escribir sobre Marco, el escritor empieza a escribirse a sí mismo, como no puede ser de otra manera. Vemos con claridad que Cercas se va obsesionando poco a poco con el personaje. Se da cuenta de lo difícil que resulta biografiar a un mentiroso y, al darse cuenta, se rebela, se encabrona y se niega a abandonar una empresa que es a todas luces tóxica o perjudicial o nefasta o indigesta o directamente inabarcable. No podemos saber si se da cuenta o no, porque Cercas es muy buen fingidor, pero desde el principio el protagonista del libro es ese dilema moral, mientras que la figura de Enric Marco, que todos los lectores tenemos más o menos sentenciada desde el primer momento, es la excusa para contarnos lo que se le va pasando por las mientes. ¿Voy a escribir el libro de Enric Marco?, se pregunta sin cesar Javier Cercas, quizá sin darse cuenta, o quizá haciéndonos creer que no se da cuenta, de que lo que está haciendo es escribir el libro de Javier Cercas.
Hacia el final, en el epílogo, cuando el libro está casi terminado, vuelve a la carga y se pregunta si ha escrito el libro que Marco quería que escribiera o el que él, Cercas, quería escribir. Como Marco es un maestro de la manipulación, el escritor teme haber sido víctima de sus malas intenciones. Sin embargo, muy pronto se responde a sí mismo que "es imposible que alguien escriba el libro que otro ha imaginado". Para manipulador, un buen escritor se basta y se sobra, y le puede dar cien vueltas a un impostor. Cita, al respecto, la idea de que las historias nacen para que alguien luego las escriba. Esa idea está tomada de Don Quijote, como muchas otras que usa para sus disquisiciones morales. ¿Quién osaría manipular a alguien que es capaz de crear esos sofisticados mundos de ficción en miniatura que son las novelas?
En mi comentario a Soldados de Salamina decía yo:
Mi conclusión es que la memoria no es histórica, y mucho menos cuando se trata de asuntos tan trágicos como las guerras. La memoria humana, frágil, incompetente y sensible a las emociones, no es capaz de contrastar hechos de forma fría y calculadora: se nutre de relatos y sentimientos y, por lo tanto, no es capaz de ser histórica, en el sentido en el que hoy entendemos la historia. No es esto una crítica, ni mucho menos. De hecho, pienso que si no tuviéramos ese tipo de memoria, las cosas que nos contamos cuando nos sentamos alrededor de una mesa para tomar un café serían muy parecidas a las actas de una comisión, es decir, mortalmente aburridas.Me llama la atención que Cercas llegue en este libro a una conclusión casi idéntica. Explica que la memoria no puede ser histórica, puesto que la historia es colectiva y aspira a ser universal, mientras que la memoria es personal, íntima, y por lo tanto efímera, frágil y parcial, porque los seres humanos somos efímeros, frágiles y parciales. Esa amalgama, esa confusión, esa mezcla de memoria y de historia que se puso de moda en España en el cambio de siglo fue la que propició que un individuo como Enric Marco pudiera hacer lo que hizo, es decir, manipular la historia presentando ante el mundo su memoria (falsa) como objeto de consumo. Ávidos como estábamos los españoles de memoria, que no de historia, nos encantó aquella historia del luchador y justiciero incansable y la consumimos con avidez. Después llegó un historiador, un tal Benito Bermejo, el aguafiestas, y sacó de entre sus papeles un certificado histórico que echaba por tierra aquella memoria (falsa), y todo se vino abajo "como un castillo de naipes" (la imagen es del libro, y es buenísima para describir cómo una sarta de mentiras se desmorona si descubres una sola). Como buenos españoles, al momento nos lanzamos todos al degüello del mentiroso y nadie, o casi nadie, que yo sepa, supo relativizar aquella impostura poniéndola en su contexto, que es, en parte, lo que hace este libro.
Al ir presentando la evolución del conflicto interior que sufre mientras decide si escribe el libro o no, Javier Cercas construye sus dos personajes fundamentales. Uno de ellos es Enric Marco, que conocemos ya como objeto mediático (impostor, condenado por todos y por todo) y página a página va perdiendo capas, como una cebolla, hasta mostrar a un curioso ser humano con dos historias paralelas, la real y la inventada, que coexisten como si tal cosa. El segundo personaje es el Javier Cercas de este libro, es decir, el Javier Cercas peculiar que el escritor Javier Cercas construye para narrar esta historia. Conocemos a este personaje en una situación inicial de escepticismo e indignación que pronto le hace sentir una cierta furia contra el otro personaje, Marco. Esa furia parece ser el combustible que lo impulsa a investigar la historia de aquél, sin entender él mismo las intenciones que lo mueven ni los objetivos que persigue. Poco a poco la furia va dejando paso a la curiosidad, y entonces también surge un ser humano peculiar, también desdoblado, que es capaz de narrar una historia, porque ahí está el libro terminado, y de no narrarla, porque en el momento en el que termina el texto, el Javier Cercas del libro no tiene ni idea de lo que está buscando. Esto es lo que dice:
Marco es lo que todos los hombres somos, sólo que de una forma exagerada, más grande, más intensa y más visible, o quizás es todos los hombres, o quizá no es nadie, un gran contenedor, un conjunto vacío, una cebolla a la que se le han quitado todas las capas de piel y ya no es nada, un lugar donde confluyen todos los significados, un punto ciego a través del cual se ve todo, una oscuridad que todo lo ilumina, un gran silencio elocuente, un vidrio que refleja el universo, un hueco que posee nuestra forma, un enigma cuya solución última es que no tiene solución, un misterio transparente que sin embargo es imposible descifrar, y que quizás es mejor no descifrar."La ficción salva, la realidad mata", repite el autor montones de veces durante el libro. Lo dice porque quiere escribir ficción, pero le obsesiona la realidad y sigue escribiendo historias reales como la de Sánchez Mazas y la de Marco. Nos explica también que la ficción es la que salva a Don Quijote. Lo salva de una vida anodina: a los cincuenta años, le da la energía necesaria para hacer lo que le pide el cuerpo: convertirse en un héroe popular, ser caballero andante, vivir una aventura, un sueño, contra viento y marea, aunque lo vapuleen los gigantes, aunque lo dejen abandonado en una cueva, aunque se burlen de él pueblos enteros. Del mismo modo, explica, Enric Marco decidió, también más o menos a los cincuenta años, inventarse un pasado ficticio y empezar a vivir una vida inventada, como héroe contemporáneo, contra viento y marea, aunque los viejos anarquistas recelaran de él, aunque los auténticos prisioneros del campo de concentración de Flossenbürg dijeran que no lo habían visto nunca.
En uno de los capítulos finales, Cercas transcribe una de las entrevistas que tuvo con Enric Marco en su despacho de Barcelona. Nos dice (y nosotros nos creemos) que esa es exactamente la conversación que sostuvieron, una conversación tranquila, sin la tensión del encuentro inicial, sin el batiburrillo de ideas, conjeturas y razonamientos que tanto abundan en la primera parte del libro. Ahí, según Cercas, vemos por primera y única vez a los personajes reales, al Marco y al Cercas de verdad, y no a los personajes que Javier Cercas creó para este libro. Y ahí se acaba el libro, justo cuando vemos su verdadera naturaleza. Creo que el autor quiere repetir con esa transcripción lo que nos cuenta de Cervantes y Don Quijote: en su lecho de muerte, ya cuerdo, el caballero andante, anciano y vencido, acepta que es Alonso Quijano, es decir, acepta la verdad, acepta la realidad, y a continuación muere (la ficción salva, la realidad mata). En El impostor, Cercas nos presenta, o dice que nos presenta, a esos dos personajes transcritos, en crudo, hablando tranquilamente en el despacho del escritor. Y ahí, cuando el lector llega a esas dos personas normales y corrientes, muere el libro, muere la historia.
Sin embargo, eso es imposible. Eso sería ficción, porque Enric Marco no es Don Quijote y, a día de hoy, con noventa y ocho años de edad y cinco años después de que se publicara este libro, se resiste a abandonar la ficción de sus últimos treinta años; se resiste a reconocer que es una persona normal y corriente que se inventó una vida excepcional. Por eso, esa entrevista transcrita, supuestamente lo más real del libro, resulta un poco falsa, un poco fuera de lugar.
Y también es imposible que Javier Cercas deje de escribir historias reales. Primero, por la sencilla razón de que se nota que le apasionan, y lo de controlar las pasiones es algo que por estas latitudes no se lleva muy al día (ni falta que hace). Y segundo, porque así como las historias de ficción siempre tienen un trasfondo real, las historias reales siempre vienen aderezadas con una pizca de ficción y un chorrito de lirismo, y tengo para mí que ahí, en ese aderezo que da sabor, cuerpo y color al fárrago infumable de una rigurosa investigación histórica, es donde Cercas disfruta más como escritor.
Como dije al principio, da la impresión de que en Cercas hay un combate ético interno tremendo. En marco no hay nada de eso, como bien apunta durante la narración uno de sus amigos, el cineasta argentino Santiago Fillol. Cuando el autor lucha por tratar de entender a su personaje, cuando intenta ver lo que hay más allá de la imagen mediática, cuando pretende conocer de verdad al ser humano subyacente, Fillol se parte de la risa en su cara y le dice:
Con Enric nunca se puede dejar de pensar. Si dejas de pensar, te jode. Si llegas a una conclusión sobre él, te jode. Si piensas que ya le has entendido y que se ha quitado la máscara, te jode. Enric siempre tiene otra máscara detrás de la máscara. Siempre se escurre.
Por eso, porque detrás de Marco no hay nada más que capas y capas y capas interminables del mismo Marco ("tiene más conchas que un galápago", decía mi abuela de la gente así), es por lo que digo que este libro es más sobre Cercas que sobre Marco. Las preguntas fundamentales que vemos en el texto son por completo independientes del impostor. Nos invitan a reflexionar más bien sobre la creación artística y literaria: ¿debo escribir?, ¿qué debo escribir?, ¿por qué escribo (y su gemela inseparable, ¿por qué no escribo?), ¿es lícito escribir sobre este tema o esta persona?, ¿estoy escribiendo como debería?, ¿voy por buen camino?, ¿he logrado entender?
Para terminar diré que la técnica de escritura es muy buena. Pese a lo repetitivo que es el asunto, pese a que el planteamiento, el nudo y el desenlace se exponen ya en las primeras cinco páginas del libro, el autor mantiene la tensión narrativa hasta el último momento. Es cierto que en ese último momento (un viaje al campo de concentración de Flossenbürg que no quiero contar aquí para no destripar del todo el libro) se desvela que Cercas ha hecho trampa, que se ha guardado un as bajo la manga para una posible traca final. Pero es que las disquisiciones morales no dan para mucho más y había que meter algo emocionante del proceso de investigación. Es una licencia poco ortodoxa pero muy resultona para terminar el libro comme il faut. Con ese colofón incluido, la lectura es amena de principio a fin, cosa que he agradecido enormemente, porque al principio no las tenía todas conmigo. También agradezco de corazón las muchas respuestas que da, en muchos momentos diferentes, a todas las preguntas clásicas sobre la escritura creativa que dejé en el párrafo anterior. Eso sí que es útil y enriquecedor para un escritor tímido como el que suscribe.
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