Comparar a Gonzalo Torrente Ballester con Roberto Bolaño. Decir cómo narra uno y cómo narra el otro. Con seguridad es un ejercicio inútil, si exceptuamos el hecho de que al analizar los elementos de su prosa, aunque resulten ser diferentes por completo, habrá uno reflexionado sobre esos elementos, su naturaleza, sus vínculos con los demás elementos y el método que usa el autor para combinarlos en lo que se denomina una obra literaria. Vamos, lo que se dice hacer músculo crítico sin un objetivo concreto. Allá voy.
Torrente Ballester trabaja a base de escenas. Casi todos los fragmentos de texto que vienen delimitados entre dos líneas en blanco (de dos a diez páginas, por lo general) tienen una entidad que podríamos denominar teatral: se podrían representar, o filmar, en un solo lugar y con un grupo finito de personajes. Los capítulos se componen de un número indeterminado de escenas, digamos de diez a veinticinco. Tendría que estudiarlos con detalle porque me da la impresión de que tienen un ritmo, y que ese ritmo responde a una unidad amplia de significado dentro del conjunto de la obra. Para entendernos, tengo para mí que cada capítulo se puede resumir con un título al estilo antiguo. Por ejemplo, en
Los gozos y las sombras el primer capítulo del primer volumen se podría titular "De cómo Carlos Deza regresa a Pueblanueva del Conde tras una larga estancia en Madrid y Viena, donde estudió psiquiatría, y de cómo los variopintos personajes de la población gallega lo esperaba expectante".
Roberto Bolaño compone capítulos más cortos que giran alrededor de una sola escena. Llamémosla escena-eje. Cuando la escena empieza a girar, por así decirlo, nos alcanza una verdadera lluvia de escenas menores, accesorias, que o bien brotan del eje principal, o bien vienen a cuento desde ejes anteriores o futuros. Es lógico tener la impresión de que Bolaño está embarullando al lector en un revoltijo de historias innecesarias, de personajes desconocidos y de anécdotas triviales. En una palabra, arrecian los estorbos a la lectura lineal. Más adelante se da uno cuenta de que, con esa pretendida lluvia de superfluosidades, lo que está haciendo Bolaño es delimitar la escena-eje y caracterizar a los personajes que participan en ella. Esas historias secundarias muestran lo que hacen, lo que les gusta y lo que les disgusta, de una forma tangencial pero bastante clara. No afirma, no explica: solo enuncia, con frases que no corresponden a un narrador omnisciente clásico (Torrente Ballester) ni a un cuentista (Julio Cortázar), sino a un conversador de cantina.
Las estructuras narrativas de Torrente Ballester son complejas y requieren atención porque son analíticas. El lector lo sabe todo porque el autor se ha tomado la molestia de desmenuzar personajes y hechos al detalle. En ese contexto, una frase o un gesto bastan para que el lector infiera de inmediato la trayectoria posterior de la narración, para que participe con conocimiento de causa en el universo literario que el autor ha creado: así, en Torrente Ballester es posible emocionarse, alegrarse o enfadarse, incluso indignarse ante un acto o una actitud determinados. También es más fácil entender la reacción, en apariencia inesperada, de cierto personaje.
Las estructuras de Roberto Bolaño son más simples porque funcionan mediante la acumulación de datos sobre un personaje que, en principio, no tiene relieve alguno. El sujeto, al igual que la situación, se describe con apenas dos pinceladas ("era poeta, chileno y estaba calvo", pongamos por caso). Cuando la escena-eje empieza a girar, va ganando peso específico mediante esa lluvia de información accesoria. Al final del proceso tenemos un personaje denso, cargado de elementos desorganizados, y corresponde a la intuición, o a la empatía, o a la inteligencia del lector ponerlos en orden, o bien, si lo considera pertinente, dejar que evolucione en esa salmuera informativa hasta que, más adelante, algo o alguien desvele cuál era la relevancia de ese personaje o hecho. Esto sucede porque Bolaño es un narrador sintético. No escueto, precisamente, sino sintético. Ante universos literarios de esa naturaleza, la empatía del lector no tiene mucho que decir: somos meros espectadores y, si además tenemos inquietud, podemos ejercer una labor de investigación, o dejarnos llevar por el detective Bolaño hasta que tenga a bien desvelarnos el desenlace de la historia.
Decía al principio que los bloques narrativos de Torrente Ballester eran como escenas teatrales y que, dada la minuciosidad de la narración, el lector tiene la posibilidad de participar, de una forma muy emotiva, en el curso de los acontecimientos. Siguiendo con ese símil, se puede afirmar que los capítulos de Roberto Bolaño son como informes policiales: bombas de datos preparadas para estallar en manos del lector, si éste tiene los conocimientos necesarios para encontrar la espoleta, o condenadas a permanecer en la vitrina literaria hasta que el testigo clave diga lo que tiene que decir.
Es lamentable que todo esto no sea más que una elucubración, por una razón muy sencilla: Torrente Ballester y Roberto Bolaño no comparten temas, ni siquiera épocas o escenarios. La obsesión del primero eran los sentimientos y las pasiones de los seres humanos; la obsesión del segundo es el proceso creativo, en especial el literario. Para compararlos en condiciones similares haría falta leer textos suyos sobre un tema común. Probablemente existan esos textos (con seguridad los dos hicieron crítica), pero yo no los conozco. Al tiempo.