Tres mensajes de galletitas chinas de la suerte hallados de manera fortuita en un bolsillo, sin indicación de fecha o procedencia:
1.- La mejor forma de encontrarte a ti mismo es perderte en el servicio a los demás.
2.- Evita los malentendidos con calma, aplomo y equilibrio.
3.- Dentro de poco recibirás elogios de una persona a la que respetas.
Exégesis
1. La mejor forma de encontrarte a ti mismo es perderte en el servicio a los demás. Como buen occidental católico que soy, tengo bien atornillada en la cabeza (casi diría remachada, porque no veo posibilidad alguna de sacármela sin hacer algún destrozo permanente) esa curiosa idea de que los demás siempre necesitan de uno. Ahora bien, a mi edad los remaches ya tienen cierta holgura y no me impiden distanciarme del enunciado para plantear una serie de cuestiones al respecto. Para empezar, hay que decir que la galletita también debía de ser católica y occidental, porque no determina quiénes son los demás ni qué tipo de servicios se les debe ofrecer a fin de encontrarse a uno mismo. Entre las muchas interpretaciones que se me ocurren está la de convertirse en esclavo espontáneo de por vida (y disfrutarlo), pero claro, no van por ahí los tiros. Los tiros van, por ejemplo, por esos momentos en los que te ponen delante de las narices una foto de los campamentos de refugiados del norte de Mogadiscio, esas chozas hechas de pasta de papel, bolsas de basura, cajas de azulejos y materiales por el estilo entre las que pasean sin rumbo miles de personas pobres como las ratas, hasta donde alcanza la vista. Entonces uno se siente mal. Entonces uno quiere perderse en el servicio a los demás. Ir allí, repartir raciones a las ratas, hacerle carantoñas al niñito desnutrido que visita el hospital de campaña, explicar con acento grave a su madre, por medio del intérprete, que la vida del bebé corre peligro y necesita tomar todos los días su ración de subsistencia. Ahí, entre la mierda y la miseria, a cinco centímetros escasos del no ser, de la putrefacción eterna, nos encontraremos a nosotros mismos. Garantizado. Problema: esos "demás" están en el culo del mundo, y convertirse en cooperante-voluntario de una ONG que tenga operaciones precisamente en el norte de Mogadiscio puede resultar un pelín complejo y modificar una parte sustancial de nuestro estilo de vida. Entonces uno va al supermercado de costumbre y, quizá, le da una moneda al pobre de la puerta, que también es "los demás": una rata también, pero una rata conocida, local, asequible. Lo único es que con ese pobre puede ocurrir que nos encontremos a nosotros mismos, pero puede que no, porque no estamos lo que se dice perdiéndonos en el servicio. De hecho, no podemos hacer eso. Aunque cometamos el desatino de decirle al pobre que venga a casa, se pegue una ducha, se ponga nuestra ropa, coma en nuestra mesa y se acueste en nuestra cama, no estaríamos perdiéndonos en el servicio a los otros. Estaríamos cometiendo un desatino, como ya he dicho, y desconcertando al pobre hasta el punto de resultar sospechosos. Lo más probable, pues, es que no nos encontremos a nosotros mismos. Todo esto, según la galletita, claro. La cosa se complica porque, si no queremos salir de nuestro entorno inmediato, el concepto de los otros tiene unas restricciones de aquí te espero. Por ejemplo, el tío gordo, feo, sudoroso y mal peinado que nos ha tocado en suerte al lado en el metro no es "los demás". No puede ser: no tiene ni un solo rasgo de "los demás". No es pobre como las ratas, tiene sus necesidades inmediatas cubiertas (por una doble capa de grasa y sudor) y además nos resulta desagradable. Por lo tanto, no entra en el subconjunto de sujetos posibles de nuestra solidaridad, o caridad, o como se le quiera llamar, y no se le da servicio. Después de todo, ¿quién quiere perderse en el servicio a un tío gordo, feo, sudoroso y mal peinado? La señora elegante que pasa en su coche de lujo cargada de joyas no es "los demás". Es posible que uno sienta la compulsión, sobre todo si es atractiva, sobre todo si es famosa, sobre todo si es rica y está dispuesta a retribuirnos en efectivo o en especie, de perderse dándole servicio, pero lo más probable es que ella no nos lo permita, por lo que tampoco entra en el subconjunto. Luego están la familia y los amigos, pero nadie piensa que la familia y los amigos son "los otros". De hecho, es muy habitual que haya gente dedicada en cuerpo y alma a dar servicio a su familia (sobre todo mujeres que dedican su vida entera a eso) y casi nadie considera ni que estén dando servicio, ni que se estén encontrando a sí mismas. Esas personas, auténticas expertas en perderse sirviendo a los demás y no emitir apenas una puñetera queja, no suelen andar por ahí buscándose a sí mismas: tienen demasiadas cosas que hacer y no tienen tiempo para semejantes fruslerías. Son las auténticas heroínas de las sociedades occidentales, pero a pesar de los siglos que van pasando, parece que nadie se entera. Para concluir esta diatriba sin sentido, he de decir que este primer mensaje me parece una engañifa clasista y socialmente estéril. Propongo la siguiente enmienda: «la mejor manera de encontrarse a uno mismo es analizar con detalle las relaciones que lo vinculan con los demás». Por ahí, creo yo, tendríamos más tela que cortar.
2. Evita los malentendidos con calma, aplomo y equilibrio. Este mensaje también da por sentado algo que, para mí, no es obvio: que evitar los malentendidos es algo positivo y deseable. Cualquiera que haya llamado al servicio de atención al cliente de una empresa grande sabe de sobra que para esas empresas la evitación de malentendidos no es una prioridad, ni mucho menos. Eso, por no hablar de la administración pública o cualquier instancia de gobierno. Ahí los malentendidos son material de primera calidad para obtener beneficios de todo tipo, desde reducciones de la jornada laboral efectiva hasta ascensos y nombramientos. De hecho, la experiencia me dice que cuando uno lidia con funcionarios o empleados de grandes empresas (los que dan servicio al público), una de las mejores formas de evitar los malentendidos es perder la calma, el aplomo y el equilibrio y soltar cuatro frescas. Digamos, por ejemplo, que tenemos que lidiar con una conversación frontón. La conversación frontón es aquella en la que el funcionario comunica al cliente un problema, ante el cual el cliente pide más datos, pregunta por las opciones posibles u ofrece soluciones, a lo que el funcionario responde comunicando una vez más, y en idénticos términos, el mismo problema. La conversación frontón es nociva para el cliente porque corroe a gran velocidad su autoestima. Sabemos que el malentendido se va a producir, si no se ha producido ya, y que las cosas van a torcerse. Sabemos que, de no cambiar el rumbo de la conversación, vamos a salir de esa oficina cargando con un problema que no es nuestro, un problema nuevo que el tío que tenemos delante acaba de fabricar con toda la calma, el aplomo y el equilibrio que dan los quinquenios de funcionariado. La salida pasa por exigir al pollo, o a la gallina, que describa el problema con otras palabras (esto los desarma por completo) o alzar la voz, gesticular de forma significativa y decir «quiero hablar con su supervisor». Que mantengamos la calma, el aplomo y el equilibrio es irrelevante siempre que tengamos en mente el objetivo básico: que el problema se lo tiene que comer él, y no nosotros, y que se lo tiene que comer antes de que termine la conversación, antes de que se quede libre para atender al siguiente. La enmienda propuesta para la galletita, pues, es la siguiente: «si eres capaz de evitar los malentendidos con calma, aplomo y equilibrio, no habrá funcionario que se te resista».
3. Dentro de poco recibirás elogios de una persona a la que respetas. Este mensaje es intrascendente y redundante. Este blog recibe una lluvia incesante de visitas, mensajes y elogios cada día (qué digo, cada hora, cada minuto). Como dicen mis vecinos, tell me something I don't know, galletita.
Yo, que soy de las visitantes asiduas y que no tengo pega en elogiarte, solo necesito que me respetes un poquito (que yo creo que sí) para estar en la tercera galletita.
ResponderEliminarComo católica occidental te digo que, si quieres perderte en el servicio a mí, puedes, que me dejo querer.
Y los malos entendidos... vamos a dejarlos, que estoy muy mayor para andarme con tontás.
Y deja de comer en restaurantes chinos, joer.
Besos