domingo, 13 de enero de 2019

Bailando en ascensores mágicos

La idea de leer todas las novelas de Haruki Murakami se me ocurrió hace hace dos años, cuando leí su libro "De qué hablo cuando hablo de correr". Quien no haya leído esa entrada haría bien en leerla antes de seguir con este post, porque ahí expliqué con detalle la impresión que me produjo y que, hasta cierto punto, es un retrato bastante preciso del autor. La motivación no era, como en el caso de John M. Coetzee, descubrir las claves de un gran escritor (leí todas las novelas de Coetzee cuando le dieron el Nobel), sino observar la evolución que lo llevó de escribir una novela "porque sí", como dice en sus memorias, hasta convertirse en uno de los autores más leídos y conocidos del mundo.

Ya he explicado que Murakami solo escribe en japonés, por lo que no tengo más remedio que leerlo traducido, bien al español, bien al inglés, y en general es el segundo el que encuentro por aquí. Su novela más famosa es Tokio blues (en inglés se llamó Norwegian wood, como la canción de los Beatles, que ya he comentado en este post), y por supuesto decidí no empezar por esa, sino por algo menos conocido. Eché una mirada a su bibliografía y, con la lista en la mano, me fui a la biblioteca.

Me sorprendió ver que no había casi nada de este autor en los estantes. Fui al ordenador para mirar el catálogo electrónico y ¡sorpresa! No es que no hubiera: había un montón de copias de casi todas sus novelas. Lo que pasaba es que estaban todas en préstamo, incluidas las de principios de los noventa. Está claro que Murakami no ha sido un escritor popular, sino que lo es ahora mismo, y mucho. También es cierto que esto se debe, en parte, a las fechas tardías en las que se fueron publicando las traducciones de sus obras. Las últimas han salido enseguida, pero las primeras tardaron entre diez y quince años en estar disponibles en inglés, español y otros idiomas. Volví a las estanterías para comprobar una vez más que no quedaba allí ni un solo ejemplar de sus novelas tempranas. Por suerte, sí había unas cuantas en libro electrónico y, aunque no me fascina leer en el teléfono, saqué una, traducida al inglés, que se titula Dance dance dance (en español, Baila, baila, baila) y empecé a leerlo en mis largos trayectos de metro.


En esta novela, un escritor por encargo, o lo que hoy se denominaría "creador de contenidos", sufre una crisis personal y decide hacer una pausa en el trabajo. Avisa a todos sus clientes de que no estará disponible en los próximos días y toma la resolución de viajar al norte del país, en busca de un recuerdo lejano. Ese recuerdo toma cuerpo en un lugar bastante patibulario y poco atractivo, el Hotel Delfín, en la ciudad de Sapporo. El protagonista llega allí en pleno invierno, solo para descubrir que el lugar que ocupaba aquel miserable hotel de sus recuerdos, poblado por vagabundos, buscavidas, prostitutas y demás sujetos marginales, lo ocupa ahora otro hotel distinto, recién construido, lujoso, moderno y radiante, con la máxima categoría posible, por el que pulula gente adinerada y elegante. Lo que más le choca es que ese impresionante hotelazo recién estrenado lleve el mismo nombre: Hotel Delfín. Como buen escritor, el protagonista decide investigar aquella misteriosa transformación. Después de dar muchas vueltas y seguir varias pistas falsas, consigue encontrar la clave del misterio, que no es otra que el ascensor del hotel.

Una de las características que más me llamó la atención de esta novela fue la capacidad de observación y el gusto por los detalles. Las descripciones son precisas, tanto que uno se siente sumergido de inmediato en las escenas y conecta sin dificultad con los personajes. Lejos de ser tediosas, esas descripciones nos llevan de la mano, sin esfuerzo, hacia el centro de la historia. Una vez ubicados en una situación por demás normal y corriente, sucede algo que interrumpe el relato previsible y fácil: el elemento sorpresa. La cuestión es que en Baila, baila, baila, las sorpresas se van acumulando, tanto para el protagonista como para el lector, hasta el punto de que uno termina con serias dudas respecto de la parte real y la parte ficticia de la narración. La confusión entre realidad e ilusión o imaginación se da en términos precisos, por lo que resulta verosímil, aunque a cada paso que dan los personajes para tratar de determinar dónde está la frontera entre ambos mundos la cosa va haciendo aguas, porque esa frontera no hace más que desdibujarse cada vez más, y la verosimilitud del relato empieza a resquebrajarse.

El juego de realidad e ilusión se entrelaza con unas historias humanas que el autor va delineando con maestría. Los escasos personajes de esta historia son sólidos, previsibles e interesantes, aun siendo también bastante unidimensionales. Me refiero con esto a que no se sabe mucho de la vida de esos personajes fuera de la historia que nos ocupa. No hay profundidad, no hay apenas interacciones que no tengan que ver con el hilo argumental principal. Por lo mismo, por la linealidad de la historia y el carácter plano de los personajes, la lectura es rápida, eficiente y entretenida.

Es difícil, muy difícil, escribir sobre este libro de Murakami sin correr el riesgo de echar a perder la experiencia de un potencial lector, sencillamente porque es muy previsible. Por eso voy a dejar aquí mi reseña. Solo diré que quien tenga paciencia y tiempo debería leer, antes que Baila, baila, baila, las tres novelas que constituyen lo que se conoce como La trilogía del Rata, a saber, Escucha la canción del viento, Pinball 1973 y La caza del carnero salvaje. No solo se entiende todo mejor, sino que además se aprecia muy bien la evolución del escritor en la forma de abordar descripciones, diálogos y transiciones. Esta cuarta novela está ya libre de muchos elementos cutres que afean las obras más tempranas de Murakami, esas de la época en las que escribía "porque sí".

Añadiré que me admira la labor metódica del autor, su voluntad férrea de describir a los personajes por sus actos y por los objetos que los rodean, desde la ropa hasta los muebles de su casa, lo que comen y beben, la música que escuchan y lo que sienten en cada situación del día. Su narración es cinematográfica desde la primera frase: no hay que hacer ningún esfuerzo para "ver" el script que uno podría usar para armar una película, porque está casi hecho. Mis millones de seguidores saben que esas técnicas narrativas cinematográficas no me gustan nada, pero una cosa es el gusto personal y otra cosa es la técnica profesional, y dentro de esa técnica particular, que no me gusta, reconozco que este libro está bien hecho.

Después de leer Baila, baila, baila decidí seguir leyendo libros de Murakami. Ya he leído casi todos, y aunque no quiero saturar el blog con reseñas del mismo autor, reconozco que me lo estoy pasando bien. Sobre todo, estoy descubriendo que soy capaz de leer literatura "por encargo", y no por mero placer. Yo me entiendo. Tampoco son tantas las novelas, y solo me voy a leer las novelas, porque un día abrí un libro de cuentos del mismo autor y no me pareció que mereciera la pena. Tuve la sensación de estar leyendo un capítulo de otra novela (y de hecho en alguna parte he leído que Murakami ha usado fragmentos de sus narraciones breves en novelas posteriores).

Como buen soldado literario, el hombre escribe al mismo ritmo que corre, o sea, lento pero seguro. Así como él dice no tener prisa en publicar, yo tampoco tengo prisa en leerlos todos. Lo que me interesa es terminar para poder escribir aquí todas las impresiones que tengo sobre esa evolución a la que aludí al principio: de la idea peregrina al estrellato literario internacional en doce cómodas novelas.

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